sábado, 28 de febrero de 2015

Sobre la Atención Por Alberto Espinosa

Sobre la Atención
Por Alberto Espinosa

   El propósito central de la educación, de la formación humana, radica  en estabilizar la atención para que pueda ser un suelo firme como el suelo, para que pueda ser una tierra fértil cultivable y fecunda para el espíritu. Combatir la oscuridad caleidoscópica de la distracción, disolver el alma inferior, evitar el vagabundeo del espíritu, no consiste en otra cosa que en controlar el río de la conciencia, en cierto modo interrumpiéndolo de su flujo irreflexivo que va en dirección siempre descendente. Como el agua que no encuentra un continente donde ser retenida, donde ser espejo. Evitar, en una palabra, el estéril vagabundeo de la conciencia que a fin del día deja al espíritu como embotado y deprimido.
   A partir de la tierra así fertilizada, es posible refinar y completar el alma superior del espíritu, preservado por la noción del respeto. Porque justamente el hombre atento experimenta una especie de liberación de las ataduras y presiones del cuerpo por la elevación de los ojos -porque si la tensión aclara la mirada para ver y describir, el respeto esclarece la escucha para poder oír nítidamente, ya fundida la escoria y las tensiones de lo oscuro, de la opacidad sensual que afecta al temperamento y se dirige hacia la muerte, restaurando de tal manera las potencias creativas del ser humano en la concentración del espíritu, en la energía luminosa y clara del pensamiento puro.
   La atención corrige inmediatamente dos vicios educativos: pensar sin aprender, que es peligroso; y aprender sin pensar, que es tiempo perdido. El hombre atento, por el contrario al atender tiende su oído hacia algo, y esa tensión a lo que tiende es a escuchar un contenido, por decirlo así, condensado de la cultura, que por ello se presenta, aparentemente, ininteligible, denso, inexpugnable, plegado, sirviendo la atención par desplegarlo y así, al desenvolverlo poder comprender –implicando por ello una contienda y hasta una contención.
   Por un lado, la atención es un contener el río de la conciencia del desatento, que es también el tipo del distraído, que es llevado y traído de un lugar a otro, por las ideas o imágenes que desfilan por su conciencia, distrayéndose con los ojos no menos que con los pasos, que igualmente lo llevan de un lugar a otro como si no tuviese un destino fijo –siendo finalmente el descuidado, el que a cada hora sale y anda de aquí para allá, como fugándose de cada persona a la que en lugar de atender y recibir, en sus caso extremo más bien repele o excluye al otro…. o se auto-despide del otro con las casi soeces y amenazadoras, cuando no insidiosas y hasta insolentes expresiones verbales de la vulgata que rezan: “órale”, “ándale”, “sale”.
   Por el otro lado, es la atención un contender contra las distracciones para poder prestar atención y atender al desciframiento del sentido, es decir, para poder entender –que es también un poder extender, poder desarrollar. Seguir, prestar atención con la mente, oír, comprender, que es también una “intentio”: un dirigirse hacia algo. Porque prestar atención (intendere animi in aliquid) es a la vez un proponerse algo (intrendere animo aliquid).
   En un segundo sentido la voz atender se refiere a una norma de la civitas, de la urbanidad, de la cultura: el atender en el sentido de estar al servicio, a las órdenes de una causa o de una persona, tal y como sucede con el atento tendero.
   La atención así puede verse como una virtud horizontal donde el conocimiento a la vez se extiende para una escucha que al recibirlo lo extiende en la mente para hacerlo, a su vez, extensivo a otros –echando abajo las intenciones de aquellos otros pretenciosos que dan como excusa su desatención para en avanzada tender por delante en una tensión que crea todo tipo de malentendidos.
   Así, el agua de la vida educativa mana cuando a la actitud del respeto y de atención para toda forma de vida se suma la memoria que se honra. Como se honra la jerarquía que se alza en el templo, despertando por consiguiente la emoción estética y moral del fuego vivificante del espíritu. Todo ello puede cifrarse, en efecto, en el principio intelectualista y voluntarista de la educación, pues de acuerdo a la idea que nos hagamos, que desarrollemos, que levantemos y que trasmitamos del mundo, así será nuestro comportamiento en la vida.