jueves, 28 de agosto de 2014

Jesús B. González “Buffalmaco”: un Periodista del Viejo Zacatecas Alberto Espinosa

Jesús B. González “Buffalmaco”: un Periodista del Viejo Zacatecas
Alberto Espinosa
A Enrique Salinas

“Porque ustedes son la sal de la tierra”
Evangelio según San Mateo 5.13


I.- Las Raíces
   El escritor y periodista Jesús B. González, mejor conocido en el mundo zacatecano con el nombre de “Buffalmaco”, nació en la ciudad de Guadalupe, estado de Zacatecas, el día 16 de julio de año 1887, en la casa que está a un lado del Hotel Guadalupe, junto a la Presidencia Municipal, siendo hijo del matrimonio formado por Don Epigmenio González Sánchez y Doña María Josefa de la Concepción Cecilia  Flores Maciel, quienes tuvieron otros tres hijos, su hermana mayor Mercedes (Guadalupe, 1883- México, DF, 1942) quien casó con un hijo del afamado artista e impresor Nazario Espinosa, Enrique Espinosa Dávila, su hermano mayor Epigmenio, llamado familiarmente Don Epis (Guadalupe, 1885- México, DF, 1957), casado con la zacatecana Refugio de las Piedras, y un hermano menor de nombre Victoriano, conocido en el medio familiar como “el tío Tolano”, quien tuviera un trágico fin. Su padre, Don Epigmenio González Sánchez ejerció durante el porfiriato una especie de benévolo patriarcado en Guadalupe, de 1874 a 1894, muriendo tras caerse de un caballo. Su madre, conocida familiarmente como Mamá Quica, hermana del letrado periodista Ignacio Flores Maciel, fue pionera de los voluntariados municipales y primera dama de alcurnia, que organizaba colectas con las mujeres de la alta sociedad, recaudando fondos para acciones de caridad. El futuro escritor se desarrolló de niño en una familia de políticos, benefactores, artistas y literatos. 
   En la Ciudad de México contrajo matrimonio con una estudiante de canto de la “Alondra Durangueña”, Fanny Anitúa, la soprano María Trinidad Martínez de González, con quien tuvo dos hijas, María y Trinidad, a las que por una razón ignota se les conoce familiarmente y en Zacatecas como “Las Chinacas”. De entre los personajes del viejo Zacatecas sin lugar a dudas Buffalmaco tiene reservado un sitial de honor, pues es una da las figuras que más huellas felices dejaron entre sus contemporáneos y amigos, por su singular talento y las prendas de caballero que adornaban su distinguida y recta personalidad. El apodo de “Buffalmaco” hace alusión al pintor gótico en Florencia y en toda la Toscana para la primera mitad del siglo XIV, Buffalmacco o Buonamico di Martino, (Floreótio, ncia, 1290 – 1340), de quien habla Boccaccio en su célebre novela Decamerón cuando narra cómo los simpáticos pintores Calandrino, Bruno y Buffalmaco van por el río Mugnone buscando la piedra mágica heliotropo, concediéndole Vasari las dotes del agrado y del humor, y con bastante buen juicio en el arte de la pintura, y dice de él en su Vida de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos: “He aquí un pintor bromista que debemos de tenemos muy en serio. He aquí un pintor que utiliza el disfraz de burlador para burlar la solemnidad. En una palabra, se trata del primer pintor con actitud de moderno.” Así era Jesús González: un burlador serio, que hacia cosas estúpidas con total seriedad, y las cosas más serias con burla completa, pues la vida es una comedia de equivocaciones. 
   Fue sobre todo un gran conversador. Su plática hipnótica, a veces francamente delirante y de éxtasis verbales, en frecuentes ocasiones hilarante, estaba poblada de felices y pertinentes ocurrencias, salpicada de dichos vernáculos y trufados con anécdotas de la vida cotidiana, rematados con juicios certeros y definitivos sobre la condición humana. Así, apegándose a derecho, sabía que toda explicación no pedida es una confesión manifiesta. lo mismo que recordaba los misterios de la atracción entre los géneros, como quien al para sobre una escena de la vida real despierta un filamento de memoria, evocando la sibilina sentencia inapelable de que “dos tetas jalan más que un par de carretas”.  Una de las bancas del Jardín de Guadalupe en Zacatecas lo recordó con la lacónica leyenda: “Jesús B. González, de aquí de Guadalupe”, haciendo honor a su cautivador ingenio y al amor que siempre profesó por su solar nativo.


II.-Las Ramas y los Brotes
   Al quedar huérfano de padre a los ocho años de edad, junto con su familia fueron apoyados por un tío abuelo, lo que les permitió seguir viviendo en la ciudad de Guadalupe, inmediata a Zacatecas, en una casa espaciosa y de comodidades pueblerinas, en la calle de Tránsito. La casa y mesón anexo eran propiedad de don Mateo López Velarde, hermano del honrado licenciado don José Guadalupe López Velarde, padre del bardo inmortal. Don Mateo y otro hermano suyo, don Pascual López Velarde, eran mineros laboriosos que habían sido varias veces ricos y varias veces pobres, pues los beneficios de una mina los dejaban en otra, pues para tener una mina hay que invertir una mina. Don Mateo murió accidentalmente en el Mineral de Catorce, en el estado de San Luís Potosí.[1] Los vaivenes de la fortuna subterránea los conocía Jesús González directamente, pues su propio hermano Epigmenio González, don Epis, también fue minero y encontró una riquísima veta de plata en un mineral, pero quedo totalmente arruinado cuando uno de sus capataces envenenó una muestra, obligándole aquel lance de confianza malentendida a vender muestra, mineral y mina, volviendo  resignado a la pobreza regular y a cambiar definitivamente de oficio.
  Jesús B. González estudió en algunos colegios de Zacatecas, destacando sus estudios en el Seminario Conciliar de la Purísima, en la ciudad de Zacatecas, entre 1902 y 1904, hasta alcanzar luego los primeros ciclos de la preparatoria. Mientras tanto se iba desempeñando como dependiente en varios comercios y como aprendiz en los talleres de impresión de Nazario Espinosa, habiendo entre ellos una relación familiar ya que a principios de siglo una hermana suya, Mercedes González, casó con un hijo del editor y artista litográfico, Enrique Espinosa, por lo que casi automáticamente se incorporó a la empresa donde tomó amor al oficio de impresor y editor, al grado de convertirse en las pasiones de su terrenal existencia.  .
   Durante toda su vida fue infatigable fundador de revistas. En el año de 1905, cuando trabajaba como empleado en el Banco Nacional, que era de la familia Sescose, situado en lo que hoy es la calle de Juárez y el único de bizarra capital, fundó y editó la revista El Cañonazo, donde hacía ingeniosos ataques a todo lo atacable, defendiendo la democracia y las posiciones antirreleccionistas. Cuando el asesinato del presidente Ignacio Madero y Pino Suárez en 1911 a manos de chacal y usurpador Victoriano Huerta, Jesús atendía un local llamado “El Trébol” en los bajos de una espléndida casona de la familia Flores Legen ubicada al norte de la Plaza de Armas, vendiendo artículos de importación, paños de la lana y lencería fina a la elegante sociedad zacatecana porfirista. Fue en “El Trébol” que alguien le advirtió de las oscuras intenciones del gobierno por sus comentarios críticos en el pasquín, pues una voz en tercera persona le mandó decir “”Por favor, dile a Jesús que se vaya, porque quieren matarlo”. Jesús González decidió irse entonces a la Ciudad de México. La tienda “El Trébol” sobrevivió hasta el año de 1914 cuando la Toma de Zacatecas, año fatídico para la entidad, pues muchos comercios que le daban prosperidad y un inigualable aire de modernidad a Zacatecas, entre los que tristemente se incluía la imprenta de Nazario Espinosa, menguaron o desaparecieron para siempre debido a los saqueos y contoneos revolucionarios.
   Jesús B. González con una pistola suya fajada al cinto y el rezo de la bendición materna gradada en la mente como un disco salió de Zacatecas santiguado tomando la ruta de Jerez, Huejúcar, Colotlán, Momáx, hasta llegar a aquel río anchuroso que llega a Tlaltenango. Un lívido gas neón parpadeante lo acompañó en forma de un signo de interrogación  en medio de la oscuridad en las posadas que habitó en Tlaltenango, hasta hacerle saltar el ritmo de las sienes y apretarle el insomnio contra la frente. El grito madrugador de los mesones, “¡Huéspere!”, lo hacía despertar para escuchar el ruido de arneses en el empedrado y el rugir maternal de la res que lamía a su becerro para peinarle la seda de su pelo bermejo y los torrentes de orines de las bestias despatarragadas olorosos a rastrojo verde.
   Se quedó a vivir en Tlaltenango por algunos años a donde llegó  con un nombramiento de cajero y contador de una empresa bancaria. Fue arropado por la fortuna, pues pronto llegó a vivir al pueblo don Víctor Berástegui, un vasco que abandonó el comercio en Zacatecas para rentar la hacienda de la “Cofradía” que pertenecía a don Aureliano Castañeda. Acompañado de su esposa, doña Ana Morfín Chávez, el industrioso hombre de Elibar hizo pronto prosperar las tierras, adoptando prácticamente a Jesús González, quien se dedicó gustoso a la agricultura, cultivando el maíz y obteniendo de ello gran fruto. Regateando a los peones en la oscuridad de la primera luz conoció la yunta que unce a los bueyes del arado primitivo, la recta impecable en la tierra húmeda, la mano del niño que arroja el maíz pepita e el hondo surco de la tierra, el beso del sol y la caricia vertical de la lluvia campesina. El pueblo del Tlaltenango prósperamente, pues la cizaña del agrarismo absurdo y del liderazgo sis sentido no logró echar raíces en aquel pueblo honrado.
.  El pueblo, a primera vista triste y sin interés, contaba con toda una sociedad en la que el periodista pronto logró acomodo: con el tendero Pancho Delgado y sus hermanos Aureliano y Salvador, con Rubén Rodríguez Real, el Apolo del pueblo, dinámico y mentiroso; con sus compañeros banqueros Silvestre Pérez y el “Chuma” Haro. Trabó relaciones también con Ramón W. Ortega, el capital más fuerte de leguas a la redonda y con Inés y Rodrigo Ortega, con José y Salvador González y Clemente Godina, con Manuel Magallanes y Jesús Velásquez. Con los ricachos Luís y Samuel Dávila tomaba coñac en “El Mundo de Colón”, siendo acompañados por don Manuel Pérez Lete, que era igualito a Alfonso XIII. Don José María Caballero, Julián Horendo y don Zenonito Robles también fueron sus amigos. Con ellos organizaban paseos campestres, tamaladas, cacerías de venado en la sierra, bailes n ocasión de santos y bautizos y las fiestas de aniversario en Tocatic.
   Se pusieron así a inventar mil diversiones para atraer a las muchachas recatadas, sencillas y de buen humor del pueblo. Allí fue que descubrió su gran talento como organizador cultural, pues armó oncenas de fut bol, carreras de relevos, carreras de caballos y corridas de toros. Para mantener la algarabía del pueblo organizó también funciones teatrales en donde para cerrar la fiesta recitaba emocionado el monólogo en verso “En Presidio” del bate zacatecano José Vásquez, al que declaraban para ellos inmortal, y “La Huelga de los Herreros” de Francisco Copel. Jesús B González fue de todo: torero, cazador, deportista, cómico, jinete, enamorado y también agricultor, haciendo todo el bien y todo el mal que pudo, incursionando así con inusitado éxito en el arte de la “todología” o de la “mundanidad”, en el cual fue un verdadero maestro, por todo lo cual acepto y sin rubor el cargo honorario de Presidente de la Junta Patriótica de Tlaltenango del Valle del Estado de Zacatecas.


III.- El Brazo de Ramón
   El previsible resultado de todo ello fue la huída de Jesús B. González a la Ciudad de México, a la que llegó de Tlaltenango sin recursos y sin amistades. El poeta Ramón López Velarde lo salvó del naufragio, invitándolo a trabajar a su lado en la Secretaría de Educación cuando era jefe del Departamento Universitario –tiempo que ambos aprovecharon sabiamente para hacer las correcciones de La Sangre Devota. A finales de 1915 López Velarde es nombrado profesor interino de literatura en la escuela Nacional Preparatoria y en 1915 cubre la ausencia de Enrique González Martínez y conoce a una mujer culta maestra de la normal, diez años mayor que él a quien corteja: Margarita Quijano y cuyo noviazgo durará hasta 1918. A la vez, que durante la confusión del breve gobierno de seis meses de Roque González Garza, nombran al poeta titular de la Secretaría de Instrucción Pública por ausencia del Ministro del ramo, siendo sustituido inmediatamente por el Jefe de Sección Administrativa Joaquín Ramos Roa, conservando Ramón la jefatura de la Sección Universitaria de Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes. Junto con Jesús B. Gonzalo traba amistad con José Juan Tablada, Julio Torri, Alejandro Quijano y  Enrique González Martínez y publica en 1916 en Revista de Revistas su primer libro de poesías, La Sangre Devota con elegante portada de Saturnino Herrán, llamando a Jesús B. González con justicia “tío carnal” del libro y dedicándole uno de los poemas más celebrados del libro: “A la Bizarra Capital de mi Estado”.
   Al poco tiempo de su llegada Jesús González fundó una imprenta en el centro histórico de la Ciudad de México, en las calles de Regina, donde editaba las revistas culturales Pegaso y Multicolor. La revista semanal  Pegaso, que duró de marzo a julio de 1917, era dirigida por Enrique González Martínez y Ramón López Velarde, encargándose Jesús B. González de la información de espectáculos. Pedro de Alba y Ramón López Velarde publicaron en ella algunos poemas del lagunense Francisco González de León. La imprenta pasó luego a instalarse en las calles de San Fernando, contando sus revistas para entonces con brillantes colaboradores, entre los que se contaban las de Enrique González Martínez y José Vasconcelos. Es por ese entones cuando entra a formar parte del círculo literario y artístico de Antonio Caso, Carlos González Peña, José Vasconcelos, Saturnino Herrán, Roberto Montenegro, el “Chango” Ernesto García Cabral, Manuel M. Ponce, José Juan Tablada, Rafael López, Manuel Horta y Enrique Fernández Ledesma.
  Jesús B. González y Ramón López Velarde reforzaron sus lazos de amistad cuando el poeta se encargó de ayudar a su amigo periodista poniendo su influencia y generosidad a su servicio, logrando que ocupara primero un puesto fugaz en la Secretaría de Comunicaciones y luego otro en Gobernación. En efecto, en el año de 1919, durante el gobierno del presidente Venusiano Carranza, nombran a Manuel Aguirre Berlanga, antiguo compañero de leyes de Ramón López Velarde en San Luís Potosí, Secretario de Gobernación, quien designa al poeta como su secretario personal y al periodista zacatecano como auxiliar. Ramón publica su segundo libro de poemas Zozobra en la distinguida revista literaria México Moderno, cuenta con treinta y un años de edad y su amigo Jesús con treinta y dos.
   En el año de 1920, al ocurrir la derrota del presidente Carranza, tanto Jesús B. González como Ramón López Velarde, acompañados de otro escritor zacatecano, Manuel de la Parra, van en uno de los trenes que acompañan al gobierno a Veracruz,  dispuesto a seguir al Barón de Cuatrociénegas hasta Tlaxcalantongo… o hasta la eternidad. Por alguna razón abandonan en tren en la villa de Guadalupe. Carranza es asesinado en Tlasxcalantongo el 21 de mayo de 1920, perdiendo en el acto don Ramón y don Jesús sus puestos en Gobernación.[2] A partir de ese momento López Velarde se niega a colaborar en ningún puesto público del gobierno de la República, en cambio  a manera de confesión de parte sabemos que a la muerte del cuadillo del norte Jesús González aceptó ser comandante del estado Mayor del general Enrique Estrada, quien lo tomó a su servicio en lugar de mandarlo al patíbulo. .Para proteger su vida se protegió con el vellocino de la cabra de Amaltea y adornado con la cabeza de Medusa a manera de escudo. No mucho más sabemos de aquella aventura en que se embarcó cual Jasón al Hiperbóreo, integrando su grupo con otros dos argonautas zacatecanos más, el escritor Manuel de la Parra, nuevo Ulises de la aventura, y el poeta Ramón López Velarde, quien volvía a ser por vez segunda el divinal Orfeo.[3]
   Corría el año de 1921 cuando López Velarde es designado profesor de literatura mexicana e hispanoamericana en la Facultad de Altos estudios de la Universidad y vuelve a dar clases de literatura castellana en la Escuela Nacional Preparatoria (de las que había sido suspendido en 916), mientras que Jesús B. González fue llamado por José Vasconcelos como asesor de la Secretaría de Educación, siendo compañero de la poeta chilena Gabriela Mistral quien trabo amistad con su esposa Trinidad, a quien alguna vez le envió un retrato cuya dedicatoria reza: “Dios le dio a Usted por esposo a    un hombre de cabeza sutil para librarla del tedio y de la muerte”.
   Una mala noche, cuando Jesús y Ramón se encontraban en un bar, dejaron que se les acercara una gitana que pregonaba: “¡Tu suerte; Tu pasado; Tu porvenir!”. Tomó la larga mano espatulada del poeta, la leyó con atención y le dijo: “¡Amas mucho a las mujeres, pero les temes! ¡También tienes miedo de ser padre! ¡Esta línea me dice que morirás de asfixia!”[4] En un artículo publicado en Revista de Revistas  el crítico de espectáculos escribió: “Algunas ocasiones caminábamos por las calles de Capuchinas, a altas horas, yo envuelto en un grueso gabán y con bufanda, él sin abrigo, cuando el agua s estaba volviendo cristales al beso de la brisa del sur. Montaigne era su leitmotiv y no le importaba la línea de mercurio de los termómetros. En aquella noche de “La Mallorquina” fue traicionado por su organismo tantas y tantas veces fiel. Día a día fue empeorando, hasta que dejó de concurrir a su oficina. Primero el diagnóstico no arrojaba deducciones de alarma. Ramón recluido en sus habitaciones de la avenida Jalisco 71, sin hacer cama, recibía a sus amigos y charlaba de sus temas favoritos. Apenas  podíamos percibir su estado anhelante… La mañana del 18 de julio llegue a visitarlo y lo encontré profundamente decaído. Su respiración era violenta y angustiosa. Sentado en su sillón, con la mirada triste, a mis palabras de sincero optimismo contestó mostrándome su mano larga y expresiva. “¿No recuerdas aquello que me auguró la gitana? ¡Mírame como estoy!””[5]
   “Fue su último amanecer. A su madre y a sus hermanos acompañamos en aquella jornada fatal, Rafael López, Pedro de Alba, Enrique Fernández Ledesma y yo. Ramón, reclinado sobre varios cojines colocados en la cabecera de la cama controlaba con heroísmo casi incomprensible el ahogo fatal de la asfixia. La ciencia no podía acudir en su auxilio: todos los recursos estaban agotados. Hubo un momento dramático: la madre de Ramón, de hinojos al borde de la cama, dejó caer desconsolada la cabeza sobre las manos abiertas del hijo moribundo y lloró silenciosamente. Al incorporarse, Ramón llevó sus manos a la boca y e bebió las lágrimas amargas como el último y más precioso don, al acabar una egregia vida.”[6] 
   Cuatro días después de cumplir treinta y tres años, el 19 de junio de 1921, murió Ramón López Velarde asfixiado por una bronconeumonía mal atendida en su departamento de Avenida Jalisco número 71, departamento 9 -luego de recibir los santos oleos por mano del padre jesuita Pascual Díaz, por entonces presbítero de la Sagrada Familia y más tarde arzobispo de México. Luego de llorar junto con su madre y rodeado por sus más fieles amigos Jesús González, Enrique Fernández Ledesma y Rafael López y su hermano el médico Jesús, Ramón cerró los ojos a este mundo y entregó su alma al Señor  Por órdenes de José Vasconcelos su féretro fue conducido a la entrada del Paraninfo Universitario, donde estaba la rectoría de la Universidad, en un edificio porfiriano en las calles Licenciado Verdad, donde su cuerpo fue velado. Al día siguiente en el Panteón Francés pronunciaron oraciones fúnebres Alfonso Cravioto, Alejandro Quijano y su amigo Enrique Fernández Ledesma.
   José Vasconcelos, rector de la Universidad dispuso, por instrucciones del presidente Álvaro Obregón, los funerales del poeta por cuenta del gobierno y a iniciativa de Jesús B. González, Pedro de Alba y Juan de Dios Bojórquez, la Cámara de Diputados se enlutó por tres días en homenaje al bardo jerezano. Recuerda Jesús B. Gonzáles que además de él y de Saturnino Herrán, estuvieron cerca del inusitado lírico mexicano en los últimos tiempos el poeta preclaro Rafael López y Pedro de Alba, el médico e investigador de los Archivos de Indias en Madrid.   El mismo mes de julio la revista de Vasconcelos El Maestro publica el último poema que corrigió para la imprenta: “La Sueva Patria”.
    Poco después Jesús González promovió una colecta tanto en México como en Jerez para hacer un busto al poeta, encabezando la colecta para el busto en Jerez Isidro de Santiago, el cual fue colocado en la Plaza de Armas de aquella ciudad y es el que todavía existe. Buffalmaco conservó durante años otro busto realizado en yeso por el “Chamaco” Urbina y poco antes de morir le pidió a su esposa Trinidad M. de González que lo enviara al Instituto de Ciencias de Zacatecas y así se hizo.
   En 1924, en uno de los primeros aniversarios de su muerte el gobernador de Zacatecas Fernando Rodare, quien había sido linotipista de Excelsior por muchos años, invitó a un grupo de artistas, periodistas, poetas e historiadores a develar en el Cerro de la Bufa una placa en honor y memoria del bate jerezano, entre los que estaban Jesús B. González, Jesús López Velarde, José G. Frías, Ernesto García Cabral, Juan de Dios Bojóquez y Manuel Horta entre muchos otros. Rafael López tomó la palabra y al hacer referencia al poema La Suave Patria y elevar con la vos los versos:
   ”tu casa todavía es tan grande,
    que el tren va por la vía
   como aguinaldo de juguetería”
… el tren pasó cerca del cerro paralizando con su triste silbato a sus amigos y al pueblo en masa que estaba presente.


IV.- Las Raíces Jerezanas
     El padre de Ramón Modesto López Velarde Berumen fue el licenciado don José Guadalupe, quien gozaba en Zacatecas de gran prestigio por su talento y comprobada honradez. Su hermano, el padre Inocencio, era conocido como don “Chencho” y servía en el curato de Ojocaliente. Fue un sacerdote culto y caritativo, de voz potente de orador de púlpito, cuyas cariñosas manos largas, finas y aristocráticas recordaban a las de su sobrino. Don Chencho encontró la muerte en Ojocaliente por no haber querido casar a un feroz cabecilla de rebeles con una bella joven de la localidad. Cuando Pancho Villa ocupó la capital el estado en 1914, el forajido valiéndose del desorden localizó al sacerdote que se ocultaba en una casa humilde de Ojocaliente y vilmente lo asesinó. Más tarde cuando el general Villa fue informado del atropello el bandolero fue fusilado por los revolucionarios de su partido.
   Don José Guadalupe casó en Jerez de la Frontera con la virtuosa dama doña María Trinidad Berumen, hermana de Silesio, Salvador, Modesto y Néstor, y de María Luisa Berumen, a quien por un arcano el bate llamaba “La Parienta” y que familiarmente fue sobradamente conocida como la “Tía Bichi”, pues vivió muchos años. Don José Guadalupe vivió en Aguascalientes, donde murió en 1910. Sus cuñados Silesio y Salvador, agricultores y comerciantes de carecer sencillo, se encargaron de la manutención de la familia López Velarde Berumen desde que enviudó María Trinidad, cuidando de la educación de los huérfanos con meritoria solicitud en la ciudad de Jerez, en especial Sinesio, que tenía una farmacia.[7]
   La Real Villa de Jerez de la Frontera gozaba por aquellos años de finales de siglo XIX de una situación económica privilegiada, gracias a la distribución adecuada de la tierra hecha en 1830 por el gobernador Francisco García Salinas, “Tata Pachito”, quien hizo de aquel rincón de México un ejemplo de justicia social. Al cobijo de la fértil economía jerezana floreció el comercio y la pequeña industria destacando, además de la farmacia de don Silesio Berumen, toda una aristocracia regional, entre cuyos apellidos resonaban los Inguanzo, Borrego, Castellanos, Zulueta y los Del Hoyo. Por los acontecimientos de la revuelta armada se fueron a vivir a Ciudad de México, fundando los hermanos Berumen una farmacia en las calles de Orizaba. Conjetura Jesús B. González que lo más probable es que Fuensanta, Josefa Dolores de los Ríos, la musa provinciana del poeta, fuera hermana política de don Salvador Berumen.
   Los hermanos de Ramón fueron el doctor Jesús, espíritu fino y de gran sensibilidad artística quien radicó en la ciudad de Torreón, Trinidad quien se encargó en México de la farmacia de su tío Sinesio, Lupe, compañera inseparable de su madre, Pascual, que sirvió en los ferrocarriles y radicó en Aguascalientes, el abogado Guillermo que trabajó para la Secretaría de Hacienda, Leopoldo quien trabajó junto a su hermano en la misma Secretaría, y las gemelas Aurora, que era profesora normalista, y Esperanza, que falleció siendo muy chica. Pasados los años vivieron junto con Jesús en la región de la laguna Aurora, Lupe y su mamá María Trinidad.


V.- La Copa y la Mesa
   Jesús González se establece como crítico de espectáculos colaborando en varias revistas y diarios, como Revista de Revistas y Excelsior.. Recuerda don Francisco Monterde que se encontraba con frecuencia a Ramón López Velarde casi siempre acompañado por el crítico teatral Jesús  González, que firmaba sus colaboraciones con el pseudónimo de “Buffalmaco”, en el teatro Iris y en el teatro Colón, en conciertos y funciones de Ana Pavlova y Andrés Segovia o de la bailarina española Antonia Mercé “La Argentina” y Tórtola Valencia. 
   Como escritor y periodista, pero también como pensador y conversador, Buffalmaco fue apreciado por su singularidad, participando a su manera de esa estética caballeresca, garigoleada y de buen gusto que Ramón López Velarde supo coronar en su libro El Minutero y que todavía al día de hoy se cultiva en su solar nativo.
   Uno de los signos que caracterizan al periodista se encuentra en su columna semanal La Semana Dentro de 50 Años”, donde su talento visionario corona la copa de su obra con fino humor y acertado profetismo. La columna nació al proyectar las manecillas del reloj, no hacia el pasado, como hiera desde 1916 Nicolás Rangel en su columna “La Semana Hace 50 Años” en Revista de Revistas, sino al caminar conjuntamente a los tres bazos cronológicos para remontarse hacia el futuro. La columna de Buffalmaco resultó un gran éxito editorial y luego de pasar por Revista de Revista se publicó durante décadas en el diario ExcelsiorEl mismo José Vasconcelos, quien por natural poseía las dotes de la síntesis y la visión adelantada de la profecía, fue amigo del periodista, y escribió un notable artículo en 1937 titulado “México en 1950”, donde quintaesencia el estilo de su antiguo colaborador, anticipándose su visión, por lo demás en casi medio siglo, a la revelación plena de los babilónicos acontecimientos, también descritos por el filósofo cósmico en su utopía de la raza cósmica y mestiza.[8]
   Jesús González fue animador y fundador de la Revista de Revistas, en la que participó también Rafael López y el vate Frías en la crónica teatral. Su mayor logro editorial fue la revista Chicomostoc editada de forma perfectamente independiente de 1943 a 1944,
   Sus géneros fueron el retrato de circunstancias, cuento, narración, crítica de arte y de espectáculos, dándoles un sitio prominente a las figuras populares, a las artesanías y a las tradiciones vernáculas. Adelantado a su tiempo, descubrió antes que nadie la idea de la salvación de las circunstancias culturales por la reflexión de esa cultura misma, las “salvaciones” de Ortega y Gasset, quien al igual que Buffalmaco tomaba un dolor, un temor o un color local para llevarlo mediante el pensamiento y la literatura al máximo de su significación. 


IV.- Coda: Las Hojas  Mexicanas
   Epitome de la modernidad y resumen de la mexicanidad bien entendida o en lo que conlleva de tesis universalista. Jesús B. González supo entender lo que en nuestra altura se revela como una vida plural y superpuesta a otras, rescatando lo mejor del pasado para actualizarlo en el presente, para ser un verdadero socialista cristiano.
   Evocar el nombre de los mayores es volver al polvo de la tierra con que estamos hechos, también es humectar con el agua viva de la fuente de memoria nuestras raíces más profundas para irrigar de nuevo con  la esmeralda sabia de la vida las hojas del árbol que crece hacia dentro de la frente haciendo de sus frutos pensamientos. El libro inédito de Jesús B. González, Las Barcas de Papel, espera pacientemente su turno para que honor de la tipografía lo conduzca finalmente al panteón de la memoria zacatecana y nacional de las letras mexicanas.




[1] Jesús B. González, “La Familia de Ramón López Velarde”. Revista Chicomostoc, 1943.
[2] Con Venustiano Carranza se cierra el proceso político de la revolución mexicana para ser sucedida por el “caudillismo revolucionario” de Obregón, Calles y 70 años de  “revolución institucionalizada”. La revolución de Carranza se inicia cuando siendo gobernador de Coahuila en 1911 es asesinado el presidente demócrata Francisco Ignacio Madero a manos de chacal Victoriano Huerta y se levanta al frente del ejército constitucionalista que en 1914 toma la ciudad de México. Se enemista con Pancho Villa en la convención de Aguascalientes y se nombra a Gutiérrez presidente provisional. Carranza instala su gobierno en Veracruz y luego de la derrota de Villa en Celaya en 1916 se ocupa de inspirar la Constitución de 1917, año en es designado presidente. Luego de la muerte de Zapata en el año de 1919, el general Obregón se subleva y Carranza tiene en 1920 que abandonar la capital, siendo asesinado en una miserable choza del pueblo de Tlaxcalaltongo por su amigo el general Rodolfo Herrero a las órdenes de Álvaro Obregón. Con ello Carranza pagaba la deuda de haber mandado asesinar a los generales revolucionarios Emiliano Zapata, Felipe Ángeles, Leopoldo Díaz Ceballos y algunos más. José Vasconcelos, quien regresa a México ese año y es nombrado por presidente interino Adolfo de la Huerta rector de la Universidad Nacional, destiló años después amargas líneas sobre don Venustiano, sus generales y caterva de carranclanes, juzgándolo en definitiva un falso ídolo de la revolución. Con Carranza, en efecto, la revolución cambia de signo y al perder contenido ideológico se militariza, apoyándose por tanto en el grado militar y la fuerza, olvidándose del derecho y la razón. Soldado, gran propietario y terrateniente hicieron de Carranza un simple reaccionario que abandonó el carácter democrático, liberal y civilista de la verdadera revolución maderista para dar pie a la era del caudillismo, del señor que está por arriba de la ley y al amparo de la impunidad. Ver José Vasconcelos, Que es la Revolución, “Las vicisitudes del adjetivo “reaccionario””. UJED, México, Durango, 1ª Ed. 2009.
[3] Francisco Villa es asesinado el 20 de julio de 1920 y el 5 de diciembre se produce en Veracruz la insurrección de Adolfo de la Huerta, financia por las compañías petroleras,  en contra la imposición d Plutarco Elías Calles como Presidente por parte de Álvaro Obregón. El general Enrique Estrada siendo Jefe de Operaciones de Jalisco secunda la rebelión y el general Guadalupe Sánchez proclama a Adolfo de la Huerta presidente provisional. Ver “Es con Voz de Biblia: la Muerte de Enrique Estrada” de Jesús B. González, Revista Presente, 1 de diciembre de 1942.
[4] Guadalupe Appendini, Ramón López Velarde: Sus Rostros Desconocidos. FCE, Colección Tezontle. 1ª reimpresión, México,  1998. Pág. 133.
[5] Jesús B. González, “La Última Hora de Ramón López Velarde”, Revista Chiconostoc, 1936.  
[6] Op. Cit. Pág. 134. También en Revista de Revistas, Núm. 1362, 21 de Junio de 1936. 
[7] El libro de Federico del Real Retrato de Familia (Ed. del autor, México, 1991),  cuenta con un capítulo sobre Jesús B. González y una valiosa colección de artículos de Buffalmaco. Ver “La Familia de Ramón López velarde”, Pág. 93.  
[8] Artículo incluido en el libro de José Vasconcelos ¿Qué es la Revolución?. UJED, México, Durango, 1ª Ed. 2009.  Sobre el tema de las proyecciones y adivinación del futuro nacional destacan sobre todo las profecías de José Gaos y de Octavio Paz dispersas en su obra y las asombrosas imágenes noveladas del poeta michoacano Homero Aridjis.



jueves, 7 de agosto de 2014

Dos Razas en Pugna: los Hijos de las Tinieblas y los Hijos de la Luz Por Alberto Espinosa

XIII.- La Revuelta de las Ideologías: 
Dos Razas en Pugna: los Hijos de las Tinieblas y los Hijos de la Luz  
Por Alberto Espinosa



XXXVIII
   Hay así, esencialmente, dos clases de hombres, de tipos humanos, o dos razas, dos pueblos antagónicos, en una fundamental lucha de clases espiritual, que estaría en el cimiento mismo de la moralidad. Las dos razas en oposición pueden figurarse mediante la analogía de los dos hijos de Abraham: por un lado, el hijo de la esclava Agar, que representa la Jerusalén terrestre, que es el hijo procreado según los deseos de la carne, cuya raza es representada alegóricamente  por el monte Sinaí.  Por el otro, el hijo de la mujer libre, de la hermosa Sara, que llamaba a su marido “mi señor”, imagen de la madre que representa a la Jerusalén celeste, la de allá arriba, quien procreó según la promesa del Espíritu a Abraham, cuya raza es representada por el monte Sinaí.
   El hijo según la carne, sin embargo, perseguía y molestaba al hijo según el espíritu. Ello debido a que en los hombres carnales mana la mala cualidad colérica, y mana bajo la forma del orgullo, que es la hinchazón del pan con levadura, pues la levadura hace fermentar e hincha toda la masa. Es también la cualidad que hace a los hombres estar como hechizados, están como fascinados por la carne para no obedecer a la verdad (Gálatas 3.1). Hijos de la desobediencia, pues, que estando en la ignorancia se conforman con las obras de concupiscencia.
    Por el contrario, la raza de los hijos de Abraham son así los hombres de fe –lo que incluye por tanto a los gentiles, justificados por Dios por la fe. Se trata de los espirituales, de los no carnales, cuya masa es sin levadura, pues ni se vanaglorian ni se envidian unos a otros (Gálatas 5.26).
   Los espirituales son el linaje elegido, es el pueblo ganado, que ha salido de las tinieblas de los deseos de la carne que batallan contra el alma a la plena  luz de la caridad y de la verdad, y que son como piedras vivas para edificar la casa espiritual, que en tiene en Sión la piedra angular, principal, escogida y preciosa, pues quien ella cree no será burlado o confundido (1ª Cata de Pedro 2.6).  
   Porque los espirituales son el pueblo de la fe, rociados con la sangre de Nuestro Señor Jesucristo, el cual  sana de los pecados por sus heridas y quien al resucitar de entre los muertos, de acuerdo al dogma central de la metafísica cristiana, da la esperanza de la salvación en el postrimero tiempo, que es la promesa de su herencia para el hombre nuevo, reengendrado con gran misericordia: la herencia de la Jerusalén celestial, que es inmarcesible y que no puede contaminarse. Porque de los espirituales será la salvación, alcanzada por medio de la fe, que es la salud de las almas, para quienes la vida tiene la forma analógica de un viaje de peregrinación en la que su fe es puesta a prueba en la aflicción y el temor de las diversas tentaciones, que es una prueba de fuego como la que se hace con el oro, para la gloria y la honra –porque en el día postrimero Dios juzgara a cada uno según sus obras. Porque no puede ser Dios ser burlado: si alguien piensa de sí mismo que es algo no siendo nada, sólo se engaña a sí mismo; porque lo que el hombre siembre eso mismo cosechará, si siembra para la carne, segará de la carne corrupción; más si siembra para el Espíritu cosechará en cambio vida eterna (Gálatas 6.3-8). Pero aún así, hay quienes sembrado cizaña piensan que cosecharan trigo. 
   Camino de salvación, pues, que implica deshacerse del hombre viejo, del hombre vulgar, pagano, desechando para ello toda malicia, todo engaño, todo fingimiento, toda envidia, y toda maledicencia, usando para ellos la libertad como siervos de Dios(1ª Cata de Pedro 2.1: 2. 15). Formación de la conciencia, pues, que implica una transformación religiosa, que al crucificar la carne y el mundo da lugar al hombre nuevo, reengendrado, viviendo en justicia estando muerto para los pecados.


XXXIX
   Al igual que al árbol se le conoce por sus frutos y no por sus hojas, al hombre se le conoce no por sus dichos, sino por sus obras. Vale por tanto la pena insistir en las obras inspiradas por cada uno de los espíritus que se encuentran en pugna en la naturaleza humana y que, según domine ella uno u otro, determinan su filiación al pueblo rebelde, pagano, de los hombres viejos, carnales, hijos de la ira, o al pueblo santo hijos de la fe. Criterio moral también, de cuño netamente religioso, que nos advierte que vivir espiritualmente es ser continente, no haciendo lo que la carne desea, pues la carne desea cosas contrarias al espíritu, mientras que el espíritu desea cosas contrarias a la carne –por lo  que el deseo de la carne y el espíritu se oponen esencialmente entre sí, no siendo  posible así hacer todo lo que la carne desea, hacer todo lo que se quiere, o lo que le venga a uno en gana, que es la norma de la contención o el ser continente, razón de ser profunda y de fondo del ascetismo religioso (Gálatas 5.17).
   Las obras de la carne son aquellas donde domina la mala cualidad de la naturaleza, y son bien conocidas: fornicación, impureza, lascivia, idolatría, hechicería, enemistades, discordias, rivalidades, arrebatos de cólera, pendencias, divisiones y facciones, envidias, homicidios, borracheras, orgías y otras cosas parecías a esas, cosas que son consideradas como pecados y a quienes las cometen, también llamados hijos de desobediencia, son propiamente hablando los rebeldes religiosos. o los hijos de Agar, no heredarán la tierra prometida, que es la Jerusalén celestial, que es el reino de Dios (Gálatas 5. 19-21).
   Tal sería la raza de los pueblos paganos, de la estirpe de Caín, de Esaú, de guasón Ismael. También se les ha figurado como hijos del malo, como hijos de la ira, nacidos de la mala cualidad de la naturaleza silvestre, como hijos del mundo cuya semilla es mala, como lo es la cizaña. Se trataría así de los hombres viejos, no renacidos, que no escuchan la palabra de Dios porque no son de Dios, desatentos a la voz del pastor porque no son de sus ovejas. Que se burlan de la palabra de Dios porque son vulgares paganos. En una palabra, es el pueblo que está dormido, enyerbado, hechizado para no aceptar la verdad, dejándose llevar por los deseos de la carne, por el espíritu de la rebelión y que en su necio orgullo han despreciado a Dios.
   Y al despreciar al Dios, al que es desde el principio, indican que han sido vencidos por el maligno y aman al mundo y a las cosas del mundo, indicando conversamente con ello que el amor de Dios no está en ellos. Porque lo que está en el mundo es la concupiscencia de la carne y de los ojos y soberbia de la vida, cosas que pasan y que no son del Padre, que no permanecen, pues quienes las hacen no hacen la voluntad de Dios, pero quienes hacen la voluntad de Dios permanecen por siempre (1ª Carta de Juan 2. 17). La ley de Dios está así hecha para distinguir lo que el pecado y reprobarlo; no para los hombres justos, sino para los impíos: para los injustos, para los criminales, para los desobedientes, para los pecadores, para los malos y contaminados (profanos), para los parricidas de padres y madres, para los homicidas, para los fornicarios, para los que se contaminan con varones (afeminados), para los embusteros (que son ladrones de hombres o ideólogos), para los mentirosos y los perjuros, y para los que hacen cosas similares contrarias a la sana doctrina, que cierta y que merece aceptación universal, absoluta. (1ª Carta a Timoteo 1. 9-10). Porque contrario a la prohibición es el mandato de guardar la fe y de tener buena conciencia, cuyo fin es el amor fraterno y la caridad. Porque la caridad y el amor proceden de un corazón puro y de una fe sincera.[1]
   Hijos de rebelión, pues, cuyas obras son inexcusables, porque al conocer lo que de Dios puede conocerse no le glorificaron ni le han dado gracias.[2] Porque la humanidad en pecado se aleja de Dios, pues la culpabilidad de los paganos estriba en tener la verdad presa en la maldad, resultando una raza de hombres impíos e inicuos, irreligiosos e injustos, ladrones y maledicentes, presas fáciles de la amargura, el enojo y la ira -como aquellos frutos malos, como aquellos árboles que no dan fruto a su tiempo y que, ya secos, serán entregado a las llamas. Por lo que no hay que tener parte en las obras infructuosas de las tinieblas, sino que es mejor más bien reprobarlas –y mejor que mejor vivir en la luz del Señor, porque el fruto de el Espíritu es en bondad, justicia y verdad (Efesios 5. 9-11), siendo fuertes en el Señor, vestidos de la armadura de Dios para poder resistir todas las asechanzas del diablo –porque la lucha no es sólo con sangre y carne, sino con principados, potestades, con los gobernadores de las tinieblas de este siglo y con las malicias espirituales en los lugares altos (Efesios 6. 12).
  Porque como riñe en la naturaleza la buena y la mala cualidad, cuando la naturaleza dispone de un hombre culto e inteligente dotado de bellas prendas, el demonio se presta a seducirlo con placeres carnales, con la soberbia, la ampulosidad y el orgullo, con la apetencia de riquezas o de poder, venciendo de tal forma la cualidad colérica sobre la buena, creciendo de su sabiduría el error o la herejía que se burla de la verdad, disponiendo en gran error en la tierra, que es justamente el estigma que marca a las ideologías contemporáneas, derrengadas en el falso principio de la cólera o en la moral hedonista de los placeres sensuales.[3]




XL
   Por su parte, las obras del espíritu, que nacen al librarse del yugo de la esclavitud, que es el pecado, son las obras de la caridad. El hombre es así llamado a la libertad, no para servir al yugo de la carne, usando a la libertad como pretexto (moral de la libertad incondicional), sino para servirse los hermanos unos a otros, amando al prójimo como a uno mismo –precepto en el que se cumple la ley (Gálatas 5.14)   Porque en el hombre domina el espíritu de la verdad o el espíritu del error, los cuales están en lucha en el hombre, opuestos entre sí. El espíritu de error domina a los hijos de Caín, que hacen pecado y no hacen justicia, y que no son de Dios, sino hijos del diablo. Porque la figura de Caín es la del hijo del diablo, la simiente de los cainitas, quien mató a su hermano Abel, porque sus obras eran malas y las de su hermano buenas. Y así, el que está en pecado es del diablo, porque el diablo peca desde el principio (1ª Epístola de San Juan 3.8).
   En cambio quien está en el espíritu de la verdad no peca; y espíritu de verdad está en el Hijo, y quien permanece en él no peca y hace justicia -pero el que peca no ha conocido al espíritu de la verdad, ni a Dios, ni al Hijo. Así, los que son simiente de Abraham, de Isaac, de Jacob, son los que no hacen pecado, los que son hijos de Dios, y no hacen pecado, porque su simiente mora  en ellos y están en su raíz y están en la luz. (1ª Epístola de San Juan 3.9-12).  El que ama a su hermano es hijo de Dios y está en la luz y no hay escándalo en él, porque Dios es luz y en él no hay ninguna tiniebla -pero quien dice estar en la luz y no ama a su hermano está en las tinieblas todavía y cegado por las tinieblas no sabe a dónde va, porque quien no ama a su hermano está en la muerte y quien aborrece a su hermano es un homicida y no tiene vida eterna permanente en sí, porque no está en el Hijo, mientras quien está en el Hijo tiene vida eterna (1ª Epístola de San Juan 2.9-11; 5. 12). [4]
   Porque el que ama conoce a Dios, porque Dios es amor y el que mora en amor  mora en Dios y Dios en él; y no tiene temor, hecha fuera el temor, porque el que no es perfecto en amor tiene temor, porque el temor tiene castigo (1ª Epístola de San Juan 4.8; 4.16). Y de ahí el mandato, el deber, de que quien ama Dios ame también a su hermano, porque si nos amamos los unos a los otros Dios está en nosotros y en nosotros es perfecto su amor –porque nos da su espíritu, conociendo que moramos en Él y Él en nosotros. Pues tal es el mandato: el amarse los unos a los otros, porque el amor es de Dios. Si andamos en la luz, como Dios está en la luz, tenemos comunicación y comunión unos con otros, confesando nuestros pecados –y la sangre de Jesús nos limpia de todo pecado, de toda maldad, y el que es fiel y justo nos perdona nuestros pecados –pero el que dice tener comunión con Dios y anda en tinieblas miente, y miente también y se engaña a si mismo quien dice no tener pecado, y no hay verdad en él (1ª Epístola de San Juan 1.7-10).
    Vivir espiritualmente tiene así una condición negativa: no vivir haciendo lo que la carne desea –e inversamente, vivir conforme a lo que la carne desea es no vivir espiritualmente. Las obras del espíritu de mansedumbre son aquellas llevadas a cabo por el pueblo guiado por la conciencia moral, cristiana, por el pueblo de la fe, siendo tarea fundamental de la educación formar y fortalecer el desarrollo de tal conciencia, no sólo como conciencia individual, sino como conciencia colectiva, de una raza, de un pueblo, santo, escogido por Dios desde antes de la fundación del mundo.
   Las obras de los hijos de Abel, humilde y temeroso de Dios, de la raza de Isaac y de Jacob, la raza de los hombres piadosos, son aquellas que producen dulces frutos de fraternidad, de amor y paz entre los hombres. Tales son las obras de la caridad, la alegría, la paz, la paciencia, la benignidad, la bondad, la lealtad, la mansedumbre y la continencia –cosas para la que no ley que pueda contravenirlas (Gálatas 5. 22-24). Obras cristianas, en una palabra, que florecen al tener los espirituales a las pasiones, a las concupiscencias y al mundo, crucificados –por lo que ellos también están crucificados para el mundo (Gálatas 6.14). Hombres, pues, guidaos por el espíritu de mansedumbre, cuya regla es la paz y la misericordia, y no desmayar haciendo el bien a todos –mayormente a los de la familia de la fe (Gálatas 6. 10).
   Se trata, en efectos de los hijos de Abraham, de los hijos de la fe .en el que entran los gentiles, pues son Justificados por Dios por la promesa del Espíritu por la fe en Jesucristo, quien se dio a sí mismo en sacrificio para liberarnos del siglo malo y de la generación de los adúlteros, también para por virtud de la fe llegar a ser un solo cuerpo en Cristo. Que tal es la Iglesia, la raza de Abraham, los hijos de Jacob, la Israel celeste, redimidos por el sacrifico de Cristo para ser adoptados como hijos por el Padre, que pone su espíritu dentro de su corazón, para reconocer a Dios y ser reconocidos por Él. 
   Raza del espíritu, podría decirse a la zaga de Vasconcelos, escogida por Dios Padre antes de la fundación del mundo para que en amor fuésemos santos y sin mancha delante de Él (Efesios 1.4). Así es preciso para aquellos despojarse del hombre viejo, abandonando la pasada manera de vivir, por ser tal hombre corrompido conforme a los deseos engañosos, con el entendimiento entenebrecido, andando en la vanidad de su mente y ajenos a la vida de Dios por la ignorancia que hay en ellos y por la dureza de su corazón; preciso, pues, renovar el espíritu del entendimiento para vestirse del hombre nuevo, creado conforme a Dios en justicia y en verdadera santidad (Efesios 4.24).



XLI
   De acuerdo a la doctrina cristiana la virtud del alma es el conocimiento de Dios, porque el que conoce es bueno y piadoso. Por lo contrario, el vicio del alma es la ignorancia de Dios, la enajenación de Dios; una especie de ceguera consistente en ser indiferente al conocimiento de los seres, de la naturaleza y del bien, que es el amor y la luz –ignorancia del alma que es su la ceguera, que es vivir en las tinieblas y en el del alma apertrechada en el desdén y la ignorancia de Dios (asebia). Ignorante de sí misma, desconociendo su propia naturaleza, el alma se convierte entonces en esclava de sus pasiones, amando más los cuerpos que al espíritu, sufriendo las violentas sacudidas del cuerpo, siendo determinada por sus impulsos orgánicos o llevando el cuerpo como una carga –no pudiendo así gobernarse, sino siendo gobernada (heteronomía de la voluntad y pérdida de la libertad). Porque al ser mancillada por las pasiones del cuerpo el alma es arrastrada hacia abajo y queda separada de su verdadero yo, engendrando el olvido, que la vuelve mala, dejando por tanto de participar de lo bello y de lo bueno.
   El que se reconoce a sí mismo, quien toma el camino del centro, se conocerá como hecho de luz y vida, de alma y entendimiento, comprendiendo la naturaleza de los seres y conociendo la belleza y la bondad de Dios, quien reina en el lugar abierto de la luz serena, en la región sublime. Así, quien va hacia sí mismo va también hacia Dios, hacia la luz y la vida. El fin del hombre que busca el intelecto es reconocerse a sí mismo, y aprender a conocerse como hecho de luz o entendimiento y de alma y vida inmortal. Es por ello que la inteligencia santa (Nous) está con los buenos, puros, misericordiosos y piadosos –siendo propicios al Padre por vía del amor celeste, al que dan gracias por medio de bendiciones e himnos con afecto filial. La inteligencia lleva así en cierto modo a odiar los sentidos, pues al conocer las operaciones de éstos en el cuerpo se llega  a saber que son la fuente de las tentaciones que acosan o asaltan -contando para ello, como de una defensa,  con el Guardián de las Puertas, que cierra la paso a las acciones malas o vergonzosas, ayudando a que las pasiones de los sentidos no consumen sus efectos.
   Por lo contrario el pecado,  que es el vicio del alma, consiste en instalarse como en el vacío, en la nada o en la indiferencia; llamado estado de vacío neutral donde ni se participa del bien, ni se gusta de la inmortalidad, que es indiferente a la belleza imperecedera y no comprende el Bien. Ignora, así, que el principio del Bien (que es el Padre) es el querer bueno, el querer la existencia libre de todas las cosas, siendo su señal distintiva ser conocido, atrayendo el alma de los hombres para purificarlas y esencializarlas –porque Dios no ignora al hombre, sino que lo conoce bien y quiere ser conocido por él. El conocimiento de Dios, en efecto, es saludable para el hombre y sólo en virtud de tal conocimiento el alma llega a ser buena.  
   Si en algo consiste el pecado es en la transgresión de un orden, en el romper con un límite, en violar una norma de aplicabilidad universal -o en romper o profanar algo sagrado: tanto en el orden de las relaciones sociales del trabajo, de la familia o del matrimonio. La experiencia del pecado, por todos conocida, consiste así en la de ir más allá de algo, siendo en este sentido una verdadera experiencia metafísica: es tocar, es penetrar, o ser penetrado, por el otro lado del espejo. Debilidad del alma que, siendo tentada, succionada por el maligno encanto del mundo, movida por el frenesí de la novedad o del instante, se sumerge en regiones prohibidas o desconocidas, y cuya consecuencia más palpable es el sentimiento, terrible, de la angustia o de la desesperación.
   El alma que se separa de sí misma, o que se desconoce a sí misma, a la vez se fuga o se fragmenta y se refugia en la mudez o en la vanidad, como una suerte de blindaje y de defensa que, en su extremismo y/o excentricidad, se aferra desesperadamente a la garantía segura de su yo, apertrechada en el cual no reconoce que es presa de los movimientos del alma inferior, ni de su propio pecado –ya sea en alardes de cinismo, de narcisismo, de ampulosidad o de orgullo; acuñando así un falso concepto de la libertad, pensada como libertad contractual o como mero derecho de paso; es decir, como un permiso para pensar o hacer que al ser sancionado desde fuera no implica responsabilidad individual alguna, extendiendo en cambio una carta en blanco a la secrecía; también endureciendo el corazón en el sentido de cerrarlo, para no hablar, en no dar razones de ser –pero a precio de inaugurar con ello la cárcel autocontenida del confinamiento, de la opacidad y la dureza de la orfandad, que busca sólo en la nuda existenciariedad, o la expansión de su propia voluntad (voluntarismo). Su  contrario es la visión lúcida, la conciencia del propio pecado, el entendimiento de la ley moral y del reconocimiento y arrepentimiento de las faltas, que da como fruto la verdadera libertad, ascendente y responsable.
  El error estriba en amar el cuerpo, que es el error del amor, del amor terrestre, del eros pandémico, porque entonces el alma permanece en la oscuridad, errante, sufriendo el cuerpo en sus sentidos las cosas de la muerte –pues la fuente de donde procede el cuerpo es la fría humedad, el barro, que es en donde calma su sed la muerte; y es por tal falta que hace errar al amor por lo que los que están en la muerte van hacia la muerte. Es por ello que no oyen al intelecto y la razón por la que el intelecto se aparta de los insensatos, de los malvados, de los viciosos, de los envidiosos, de los codiciosos, de los homicidas e impíos, dejándolos ser atravesados en sus sentidos por el aguijón de fuego del Genio Vengador, que como una llama consume y tortura e impulsa a dirigir el deseo hacia apetencias sin límite, peleando en las tinieblas, sin que nada pueda darle satisfacción, sin poder abandonar por tanto el espíritu de engaño, las ilusiones del deseo, la ostentación del mano con miras ambiciosas, la audacia impía y la temeridad presuntuosa, los apetitos ilícitos que produce la riqueza y la mentira que prepara las trampas.[5]








XLII
   Época de aguda, de profunda decadencia es la nuestra, en la cual los hombres sufren la carga histórica de la pecaminosidad y su presión generacional, todo lo cual afecta con fenómenos de adulteración a los mismos productos de la cultura, los cuales al perder sus notas esenciales se convierten en subproductos o caricaturas de sí mismos, corrompiendo y afectando todo ello a la cultura misma en su conjunto (la secularización desviada). De tal suerte, la educación y formación del alma humana se convierte en adiestramiento; la libertad en permisión y esclavitud; la utopía en adoctrinamiento; el socialismo en burocratismo; la filosofía en intimidación; el arte en culto a lo feo; la originalidad en uniformidad –en todo lo cual puede verse una retrogradación dl hombre hacia la esclavitud de las pasiones y la animalidad. Y así, por razón del feroz inmanentismo contemporáneo, quedará el hombre viudo de sus dioses, absteniéndose de toda práctica religiosa y de todo acto de piedad, sin que nadie levante ya sus miradas al cielo –prefiriéndose entonces las tinieblas a la luz, tomando al hombre  impío como un sabio, al hombre piadoso como un loco, el loco frenético como un valiente y al peor criminal como un hombre de bien. Crisis contemporánea y nuestra en que el mundo mismo acusa los estragos de la vejez, signado por la irreligión y el inmoralismo, donde la religión del espíritu será vista como pura vanidad y motivo de risa, cundiendo  el desorden y la confusión irracional de todos los bienes y donde el hombre mismo en masa desconocerá su propia naturaleza, dando el espectáculo de seres sacados de su centro, de la enajenación mental y de doblez, en toda una compleja sintomatología plagada de profundos desequilibrios e inequívocos signos de confusión, degeneración, exasperación e insatisfacción, donde el mismo amor natural entre los seres humanos se enfriará y el hombre se encontrará luchando contra partes enfrentadas de sí mismo o desconocerá el centro espiritual de sí mismo debido a su ignorancia de la diferencia  bien y del mal, ceguera no comparable a no poder discernir lo blanco de lo negro o la luz de las tinieblas.
   Para liberarse de la luz negra, de la luz tenebrosa y dejar para siempre el camino de la fuga y del desconocimiento de la propia alma, que es la perdición, no queda más que el arrepentimiento, dejar de entregarse a la muerte dejándose guiar por las palabras que nos hacen ascender hacia el Padre, que son las palabras de la sabiduría eterna que nos encaminan hacia la morada eterna de la vida y hacia la luz que es belleza y bondad a un mismo tiempo.




[1] Que tal es también la buena milicia, dar el buen combate de la fe: hacer lo que resulta agradable a Dios. Porque Dios es uno solo y es una sola su ley y su misericordia, cosa que saben todos los hombres que llegan al conocimiento de la verdad. Y lo que a Dios agrada es la oración, de petición y suplica y de acción de gracias, vivir en piedad y honestidad, pues la piedad en todo aprovecha, y ser hombres respetables e irreprensibles, sin hipocresía, no dados a las borracheras, ajenos a la avaricia, a las sórdidas ganancias codiciosas y sin orgullo –porque el amor al dinero es la raíz de todos los males, que descarría a los hombres y los hace altaneros, llenando sus almas de profundas y dolorosas heridas. (1a Carta a Timoteo 6. 9-10).
[2] El argumento teología es el siguiente: que a pesar de que Dios es un Dios invisible, sus atributos, así como su eterno poder y divinidad se han hecho visibles a la inteligencia de los hombres, a sus criaturas, desde la creación del mundo, por lo que su ignorancia resulta inexcusable. Su castigo: volverse estúpidos en sus razonamientos, desmayados en sus discursos, siendo entenebrecido su tonto corazón, pues diciéndose sabios se volvieron locos e insensatos e idólatras, adorando no al Dios incorruptible y eterno, sino a imágenes de hombres corruptibles o de animales y reptiles. Por lo que como castigo Dios los entrega a las concupiscencias de sus corazones , a la impureza y a la inmundicia, dejándolos abandonados a sus vergonzosas pasiones contra natura, para que recibieran en su carne el premio de su error. Ignorantes de Dios que no tuvieron a bien tener a Dios en sus pensamientos, Dios los abandonó a las perversas inclinaciones de su entendimiento para hacer lo que no conviene, lo que no se debe, lo que no aprovecha espiritualmente: entregándose ellos mimos a toda iniquidad: a la envidia, al homicidio, a la discordia, al engaño, a las malas costumbres, a la fornicación, a la maldad, a la avaricia, a la discordia, a la malignidad; volviéndose murmuradores o chismosos, aborrecedores de Dios, soberbios u orgullosos, altivos o jactanciosos, injuriosos, desobedientes y rebeldes a sus padres, insensatos, desleales, sin afecto natural o desamorados, implacables y sin misericordia y duros de corazón –sabiendo sin embargo que los que hacen tales cosas son dignos de muerte o irredentos. Romanos 1. 19-32.   Impenitentes que por su dureza de corazón no fueron inducidos a arrepentimiento, a pesar de la bondad de Dios que, sin embargo, dará a cada quien según  sus obras; a los rebeldes a la verdad, a los díscolos y contenciosos que obedecen a la mentira y son dóciles a la injusticia, a los que juzgan haciendo las mismas cosas que condenan, Dios pagará con ira e indignación; a los que perseveran haciendo obras buenas, buscando gloria, honra e inmortalidad, pagara con la vida eterna.  Romanos 2. 1-9. 
[3] Jacobo Boheme, Op. Cit., Pág. 8.
[4] El que tiene bienes y ve a su hermano en necesidad y le cierra su corazón, muestra que el amor de Dios no permanece en él (1ª Epístola de San Juan 3.17). 
[5]