miércoles, 3 de julio de 2013

Sobre el Autoengaño Por Alberto Espinosa

   Como se ha visto, el buen hábito de la atención es el órgano para corregir multiformes excrecencias así como las más notables faltas en el proceso educativo, al grado que casi todas ellas podrían calificarse como faltas o fallas de atención, las cuales van de la simple desatención, de la distracción del vagabundeo del espíritu, a la disolución de las formas y el libertinaje –pasando por la simple divagación, la vaguedad de la informalidad, la amargura cortante racionalismo, hasta llegar a la relajación de las normas, la permisividad inmoral, el fariseísmo, la llana grosería, la calumnia, el franco ausentismo, la alienación psicológica y la enajenación mental; algunas de cuyas formas, más o menos disueltas, revelan el fabuloso dato de la filosofía moderna: el fenómeno de la dobles en el ser humano, de la posibilidad de que el ser humano sea contrario, de que se voltee, por decirlo así, llegando a ser algo distinto de lo que es en esencia; desequilibrio moral, qué duda cabe, donde partes de la naturaleza humana lucha entre sí, o donde, ya amotinadas, potencias de la naturaleza humana se ponen en contrariedad consigo mismas; doble desequilibrio, además, pues lejos de ser meramente axiológico ahonda en la ontología misma de su ser al través de la existencia.
   Así, los más agudos problemas educativos pueden surgir no sólo de la falta de desarrollo, podría de decirse que de verticalidad o altura educativa (y en definitiva, metafísica), manifiesta en el tipo del hombre unidimensional y falto de horizontes, tan sólito hoy en día, pegado al aquí y ahora de la diversión, a la búsqueda del placer o el poder o las riquezas, como el hocico de los animales cuadrúpedos se encuentra muy cerca y casi pegado al suelo. Surgen también y sobre todo de la falta de distinciones claras, bajo cuyos criterios simplificados a su máxima expresión se pierde la perspectiva y la distancia, axiológica y moral, entre personas, en una especie de ausencia total de gravedad y aun de volumen, que hace homologables todas las figuras, despachadas como el taquero la orden bajo las formas aplanadas del pelado y de los hombres carentes de realidad, para quienes toda persona se reduce a un simpe “joven, joven”. Rampante subjetivismo pues, que duda cabe, que quisiera igualar en dimensiones lo mismo el burro a la montaña, que la abeja a la torre, en una vertiginosa confusión de las distancias, cuyas formas son rayanas ya no digamos en la indistinción de la abierta desatención, sino incluso en la ofensa, a duras apenas velada, del irrespeto, volviendo sin embargo a sus sujetos seres perfectamente irreales. Es imposible dejar de señalar que tales modos, que tales malos modos, suelen ser formas socialmente toleradas de agresión al prójimo, en una especie de gregarismo social que, con todo y su inconsciencia, codifica por instinto sus ofensas –en una especie de circuito cerrado protegido precisamente por su “noscentrismo”, fundado en un nada cuerdo sistema de convenciones, ante el cual el ya no digamos egoísmo, sino la locura misma, aparece como un inocente juego de niños.
   Se trata, en efecto, de formas del autoengaño, más virulento cuanto más intricada está el alma inferior del egoísmo, opaca y negativa, con ese sistema de las convenciones agredientes. Sólo cabe agregar aquí que en sus más extremas y excéntricas manifestaciones se presenta como un desentenderse, como un desafanarse de tareas y compromisos, y finalmente como desligarse de valores y personas (por más que muchos de esos desatentos desentendidos se presentan simultáneamente como representantes y aun como encarnaciones de esos valores y personas). Porque hay una forma de alienación que no es doblez, desequilibrio, pérdida psico-somática de la libertad, choque de entre sí de partes de la naturaleza humana en pugna o ciclotimia: que es ausencia, olvido del ser, amnesia o pérdida pneumática de la libertad, cosa que se puede interpretar también como negligencia cuando el alma inferior ha tomado todo el control, que es difícil de curar.


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