miércoles, 3 de julio de 2013

Antropología Filosófica Curso de XIII Por Alberto Espinosa

Principio Intelectualista, Conciencia y Libertad

13.1.- Dependiendo de la idea que nos hagamos del mundo (Weltanschauung) así nuestro comportamiento en la vida. A la vez, el mundo del ser humano está compuesto, constituido hasta lo más hondo de su raíz, esencial y básicamente, por personas, siendo en definitiva la persona la realidad fundamental –realidad pues de primera importancia, máxime cuando se ha dado, como en el mundo contemporáneo y nuestro, el fenómeno del desconocimiento de la persona, ya no digamos divina, sino simplemente humana, no sólo en el sentido de no tener conocimientos científicos, metodológicos,  acertados acerca de ella, sino sobre todo en el sentido estimativo y práctico, volviéndose práctica común su descarte por otra cosa más apremiante y urgente (llámese a ello como se quiera: utopía, socialismo, ansia de poder, afán de placer o prurito riqueza, etc.).
13.2.- La realidad de la vida humana está, efectivamente, básicamente constituida por personas, en complejas relaciones dialécticas entre el individuo (la sustancia individual o mónada) y la sociedad. El hombre, es verdad, es un ser social –pero toda sociedad está compuesta no de otra cosa que individuos (personismo). Toda filosofía de la educación debe pues hincar sus bases en una filosofía de la persona y ésta encontrar sus cimientos en la antropología filosófica.
13.3.-  Es indispensable, así, contar con una imagen fiel, con una vera imagen del ser humano a partir del fenómeno que permea la vida toda: el fenómeno educativo –pues todos estamos educándonos unos a otros durante todo el transcurso de nuestra vida bajo la forma tácita o implícita o explícita de una serie de mandatos, órdenes, imperativos, consejos, recomendaciones, sugerencias, indicaciones, insinuaciones, ejemplos y contra-ejemplos, para mejorar, por gradualmente que sea, nuestro comportamiento.
13.4.- Como se ha visto, el buen hábito de la atención es el órgano para corregir multiformes excrecencias así como las más notables faltas en el proceso educativo, al grado que casi todas ellas podrían calificarse como faltas o fallas de atención, las cuales van de la simple desatención, de la distracción del vagabundeo del espíritu, a la disolución de las formas y el libertinaje –pasando por la simple divagación, la vaguedad de la informalidad, la amargura cortante racionalismo, hasta llegar a la relajación de las normas, la permisividad inmoral, el fariseísmo, la llana grosería, la calumnia, el franco ausentismo, la alienación psicológica  y la enajenación mental; algunas de cuyas formas, más o menos disueltas, revelan el fabuloso dato de la filosofía moderna: el fenómeno de la dobles en el ser humano, de la posibilidad de que el ser humano sea contrario, de que se voltee, por decirlo así, llegando a ser algo distinto de lo que es en esencia; desequilibrio moral, qué duda cabe, donde partes de la naturaleza humana lucha entre sí, o donde, ya amotinadas, potencias de la naturaleza humana se ponen en contrariedad consigo mismas; doble desequilibrio, además, pues lejos de ser meramente axiológico ahonda en la ontología misma de su ser al través de la existencia.
   Así, los más agudos problemas educativos pueden surgir no sólo de la falta de desarrollo, podría de decirse que de verticalidad o altura educativa (y en definitiva, metafísica), manifiesta en el tipo del hombre unidimensional y falto de horizontes, tan sólito hoy en día, pegado al aquí y ahora de la diversión, a la búsqueda del placer o el poder o las riquezas, como el hocico de los animales cuadrúpedos se encuentra muy cerca y casi pegado al suelo. Surgen también y sobre todo de la falta de distinciones claras, bajo cuyos criterios simplificados a su máxima expresión se pierde la perspectiva y la distancia, axiológica y moral, entre personas, en una especie de ausencia total de gravedad y aun de volumen, que hace homologables todas las figuras, despachadas como el taquero la orden bajo las formas aplanadas del pelado y de los hombres carentes de realidad, para quienes toda persona se reduce a un simpe “joven, joven”. Rampante subjetivismo pues, que duda cabe, que quisiera igualar en dimensiones lo mismo el burro a la montaña, que la abeja a la torre, en una vertiginosa confusión de las distancias, cuyas formas son rayanas ya no digamos en la indistinción de la abierta desatención, sino incluso en la ofensa,  a duras apenas velada, del irrespeto, volviendo sin embargo a sus sujetos seres perfectamente irreales. Es imposible dejar de señalar que tales modos, que tales malos modos, suelen ser formas socialmente toleradas de agresión al prójimo, en una especie de gregarismo social que, con todo y su inconsciencia, codifica por instinto sus ofensas –en una especie de circuito cerrado protegido precisamente por su “noscentrismo”, fundado en un nada cuerdo sistema de convenciones, ante el cual ya no digamos egoísmo, sino la locura misma, aparecen como un inocente juego de niños.
   Se trata, en efecto, de formas del autoengaño, más virulento cuanto más intricada está el alma inferior del egoísmo, opaca y negativa, con ese sistema de las convenciones agredientes. Sólo cabe agregar aquí que en sus más extremas y excéntricas manifestaciones se presenta como un desentenderse, como un desafanarse de tareas y compromisos, y finalmente como desligarse de valores y personas (por más que muchos de esos desatentos desentendidos se presentan simultáneamente como representantes y aun como encarnaciones de esos valores y personas). Porque hay una forma de alienación que no es doblez, desequilibrio, pérdida psico-somática de la libertad, choque de entre sí de partes de la naturaleza humana en pugna o ciclotimia: que es ausencia, olvido del ser, amnesia o pérdida pneumática de la libertad, cosa que se puede interpretar también como negligencia cuando el alma inferior ha tomado todo el control, que es difícil de curar.
 13.5.- A la zaga de Kierkegaard se puede afirmar que la esencia es aquello por lo que algo es inmediatamente lo que es, por su esencia; la existencia es aquello por lo que algo se convierte en aquello en lo que se convierte. Así, la filosofía contemporánea no puede ser meramente esencialista, sino que tiene en parte que ahondar en la existencia, en la historia, en el desarrollo y crecimiento del ser –con especialmente atención al desarrollo educativo gradual del ser humano, del crecimiento de su formación, para que éste alcance los contenidos de la cultura sin dejar de vivificar los tesoros del espíritu que la habitan, actualizando su sentido, y sin los cuales no puede ser esa cultura misma más que un dermatoesqueleto de formalidades ya caducas, rígidas y carentes de sentido, de realidad y de plena existencia.
   Pero de la historia, de la existencia, no haber sistema, como no puede haber definición de las acciones, puede efectivamente objetarse. En efecto, el lenguaje propio de las acciones humanas y de su historia no puede ser el lenguaje sustantivo de las esencias y las definiciones, sino que es el lenguaje narrativo de los verbos. Cabe, sin embargo, contrareplicar que aún en ese caso las acciones se moverían todo el tiempo sobre el eje de elementos, sustantivos, sustanciales, sobre sustancias y modos de estas sustancias, los cuales admiten definición y definición esencial (volveremos sobre este punto más tarde).
13.6.- Por lo pronto,  cabe remachar sobre el clavo ardiente de la atención la idea de que si ella, la atención, es algo, esto es escucha –un tender hacia algo, una “intentio”, pues, propiamente dicho, por escuchar la voz de la conciencia, de la verdad, del bien –no sin pasar por las pruebas de la contención ante aquello que dispersa la atención, y de la contienda, de la lucha por atenuar la fuerza, siempre presente y acechante, como si de una potencia extranjera se tratara, de los contravalores. En este sentido sobreviene la distracción cuando el espíritu, aún informal, no alcanza, por falta de luces tal vez, o por exceso de imantación hacia las cosas mundanas y a su no menos mundanal ruido, a escuchar esa voz, íntima, que es la voz desinteresada del espíritu –como si se perdiera entre las rarefacciones de las brumas perpetuas, en el girar la primera materia, de la materia confusa surgida del caos (Hyle), como esas galaxias nuevas en formación, que no alcanzan a condensar sus gases para formar las esferas  del sol y sus planetas, no pudiendo por ello establecer una luz central que haga distinguibles y jerarquice los valores.
   Puede decirse, por lo contrario, que es en la atención que la escucha es quien habla, estableciendo con ello un tender hacia, una dirección, un sentido, por mirar hacia un horizonte iluminante –siendo, sien embargo, desfigurada frecuentemente por las intenciones egoístas, caprichosas, convenencieras, que resultan, más que nada, producto de una debilidad, dirigida a control remoto por otras fuerzas gobernadas por potencias que, al no brindarse a los otros, resultan estériles, no creativas, paralizantes, pues esclavizan en el confinamiento de la persona en sí misma, la cual se debate sin frutos en el ensimismamiento (solipsismo), volviéndola en casos dramáticamente destructiva.    
    El logro más acabado de la atención se encuentra en el poder seguirle el paso al viejo sendero, por decirlo así, dócilmente y sin amotinamiento interior (templanza), al escuchar esa voz interior del bien a la que llamamos lo mismo luz que belleza, pues se trata a la vez de la verdad y de la voz de la conciencia. Y es en esa escucha, en esa conciencia donde propiamente se establece el territorio de la libertad –pero de una libertad ascendente, que nos obliga a marchar en una dirección de comprensión social y de paz interior, que tiene pues que remontar la colina, sembrada de abrojos y de cardos, poblada por la distracción, la informalidad, la distracción, el desprecio, la descalificación y aún la calumnia, para ir más allá del muro de la mentira en una palabra, y poder contemplar la irradiación de las formas y las esencias fundamentales. Por lo contrario, la causa de los rebeldes sin causa estriba en dar cauce a la libertad descendente, otro de cuyos verdaderos nombres es sordera, otro más, es desamor y aún otro: el de ceguera. Porque sólo en la verdadera escucha hay luz, hay palabra vidente, como sólo en los ojos de amor se da la verdadera atracción de las formas y atención a la luz -que reversible y simultáneamente es atención y es escucha.  
13.7.- Así, la atención auténtica es sobre todo comunión, comunión del espíritu y de la conciencia, de la verdad, del bien, con el otro, con los otros, con quien se escucha. La atención es por ello, en su más alto grado, diálogo –dialogo con la conciencia humana y de lo humano y a la vez libertad ascendente, camino hacia el bien, hacia la verdad, hacia la luz. Diálogo, pues, que tiene resonancias más allá del individuo, para el testigo del espíritu, y en la comunidad de los comunes (de los comunes en su búsqueda atenta del bien, de la verdad, de la luz, de la conciencia).





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