viernes, 28 de junio de 2013

Sobre la Atención Por Alberto Espinosa



   El propósito central de la educación, de la formación humana, radica pues en estabilizar la atención para que pueda ser un suelo firme como el suelo, para que pueda ser una tierra fértil cultivable y fecunda para el espíritu. Combatir la oscuridad caleidoscópica de la distracción, disolver el alma inferior, no consiste en otra cosa que en controlar el río de la conciencia, en cierto modo interrumpiéndolo de su flujo irreflexivo que va en dirección siempre descendente. Como el agua que no encuentra un continente donde ser retenida, donde ser espejo. Evitar, en una palabra, el estéril vagabundeo de la conciencia que a fin del día deja al espíritu como embotado y deprimido.
   A partir de la tierra así fertilizada, es posible refinar y completar el alma superior del espíritu, preservado por la noción del respeto. Porque justamente el hombre atento experimenta una especie de liberación de las ataduras y presiones del cuerpo por la elevación de los ojos -porque si la tensión aclara la mirada para ver y describir, el respeto esclarece la escucha para poder oír nítidamente, ya fundida la escoria y las tensiones de lo oscuro, de la opacidad sensual que afecta al temperamento y se dirige hacia la muerte, restaurando de tal manera las potencias creativas del ser humano en la concentración del espíritu, en la energía luminosa y clara del pensamiento puro.
   La atención corrige inmediatamente dos vicios educativos: pensar sin aprender, que es peligroso; y aprender sin pensar, que es tiempo perdido. El hombre atento, por el contrario al atender tiende su oído hacia algo, y esa tensión a lo que tiende es a escuchar un contenido, por decirlo así, condensado de la cultura, que por ello se presenta, aparentemente, ininteligible, denso, inexpugnable, plegado, sirviendo la atención par desplegarlo y así, al desenvolverlo poder comprender –implicando por ello una contienda y hasta una contención. Por un lado, un contener el río de la conciencia del desatento, que es también el distraído, que es llevado y traído de un lugar a otro por las ideas o imágenes que desfilan por su conciencia, distrayéndose con los ojos no menos que con los pasos, que igualmente lo llevan de un lugar a otro como si no tuviese un destino fijo –siendo finalmente el descuidado, el que a cada hora sale y anda de aquí para allá, como fugándose de cada persona a la que en lugar de atender y recibir, más bien despide con las casi soeces y amenazadoras, cuando no insidiosas y hasta insolentes, expresiones de la vulgata del “órale”, “ándale”, “sale”. Por el otro lado, un contender contra las distracciones y poder atender al desciframiento del sentido, es decir, para poder entender –que es también un poder extender, poder desarrollar. Seguir, prestar atención con la mente, oír, comprender, que es también una “intentio”: un dirigirse hacia algo. Porque prestar atención (intendere animi in aliquid) es a la vez un proponerse algo (intrendere animo aliquid).
   En un segundo sentido la voz atender se refiere a una norma de la civitas, de la urbanidad, de la cultura: el atender en el sentido de estar al servicio, a las órdenes de una causa o de una persona, tal y como sucede con el atento tendero.
   La atención así puede verse como una virtud horizontal donde el conocimiento a la ves se extiende para una escucha que al recibirlo lo extiende en la mente para hacerlo, a su vez, extensivo a otros –echando abajo las intenciones de aquellos otros pretenciosos que dan como excusa su desatención para en avanzada tender por delante en una tensión que crea todo tipo de malentendidos.
   Así, el agua de la vida mana cuando a la actitud del respeto y de atención para toda forma de vida se suma la memoria que se honra. Como se honra  la jerarquía de un templo, despertando por consiguiente la emoción estética y moral del fuego del espíritu. Todo ello puede cifrarse en el principio intelectualista y voluntarista de la educación, pues de acuerdo a la idea que nos hagamos, que desarrollemos, que levantemos y que trasmitamos del mundo, así será nuestro comportamiento en la vida.


jueves, 27 de junio de 2013

Marx Adiós II La Tragedia de la Educación Socialista Por Alberto Espinosa



   A la distancia, en efecto, pueden verse con prístina claridad las dos grandes causas de la tragedia de la educación nacional, las cuales se cifran, cerrándose como una pinza de oscurantismo sobre las testas magisteriales: I) en una concepción errónea y falsificada  del laicismo, y II) en el empeño irracional y dogmático de carácter reaccionario por instaurar en la esfera pública una “educción socialista”.
   El laicismo mexicano nace en la época de Benito Juárez como un compromiso del estado mexicano a abstenerse de toda responsabilidad ideológica. Tal postulado, al ser subsumido por el modelo positivista de la reforma liberal, tendió a ser interpretado como una pura negación de las ideas religiosas en la educación. La crítica al positivismo sustentado en el psicologismo llevada cabo por el Ateneo de la Juventud, especialmente por Vasconcelos y Antonio Caso, logró abolir la doctrina oficial, haciendo ver a la vez que uno de los fines fundamentales de la revolución era el de renovar completamente la enseñanza nacional. La energía creadora del Ateneo mostraba así que el laicismo positivo no puede acabar con los ideales de la enseñanza religiosa, simplemente porque ésta responde a una necesidad espiritual en el hombre que la ciencia y la filosofía positiva por sí mismas no pueden satisfacer. Como a señalado Samuel Ramos, la idea del laicismo produjo más humo que llama, llegando incluso a respaldar la posición de Bassols de suspenderlo como principio de la educación mexicana para darle un contenido doctrinal propio y moderno –en el sentido, pues, de satisfacer la necesidad real de dotar a la educación mexicana un contenido filosófico potente para dar cuerpo y expresión a nuestras aspiraciones espirituales.[2] Tomando en serio la insinuación de Bassols sobre la modernidad de la “educación socialista” se enarboló como campaña demagógica, pues Calles vio en ello una oportunidad política para intentar, mediante la escuela oficial, reformar ideológicamente al pueblo: it est,. para adoctrinarlo políticamente. El problema de la reforma educativa, cuya solución debió recaer en los espíritus de mayor experiencia y profundidad de pensamiento, fue llevado empero a la arena política para ser resuelto sobre las rodillas … sobreviniendo el desastre.
     La tendencia positivista tomó con Calles un sesgo decididamente antirreligioso, el cual, hiriendo profundamente los sentimientos del pueblo mexicano, sostuvo la reforma en 1933 del articulo 3º constitucional, fraguando al calor de la demagogia y la pasión sectaria la idea de una “educación socialista”, que le sonó bien a los políticos, adquiriendo pronto un sesgo de cuño marxista. Revolución por decreto de un jacobinismo terciario que olvidaba que una de las conquistas más arduas  de la historia de México ha sido la de llevar hasta las clases populares la convicción de la soberanía de la conciencia y de la libertad de pensamiento como inarrebatable cimiento de la dignidad de la persona.
   Empero, el materialismo dialéctico de Marx, que no es una doctrina científica sino una interpretación filosófica que descansa en supuestos metafísicos muy discutibles y sin repercusiones reales en la sociología, la economía y la filosofía contemporánea, fue entonces adoptado para llenar el hueco conceptual de la “educación socialista” -heredando sin embargo el positivismo porfiriano, pues al pretender enseñar “una concepción científica del universo” quedó sin contenido propio, tendiendo que llenar el vació llevando la educación y su moral evolucionista… a los tiempos de Juárez.
   Por otro parte, tal experimento educativo permitió establecer una dictadura educativa cuyo sistema, inventado por la iglesia católica en la Edad Media, permite ocultar todos aquellos conocimientos que considera herejía -que es el sistema de todas las dictaduras, donde en nombre de una iglesia se adora la momia de Lenin o la estatua de Hitler, Mussolini, Stalin o Franco. Sistema dogmático también, cuya función sacerdotal se manifiesta en su objeto metafísico: que sólo una conciencia exista, que sólo una voluntad actúe, que sólo un director piense y manipule (ego cogitans).
   En efecto, la ambición de Marx y sus prosélitos en realidad era la de dominar el socialismo y la doctrina dialéctico-socialista sirvió entonces no sólo para fundar una concepción política y económica de la sociedad, sino para presentarse como el único socialismo capaz de fundar una educación socialista potente para regir la conducta y el pensamiento del hombre prescindiendo de toda otra interpretación del cosmos. Así, el imperialismo sentimental de la ”conciencia de Marx” es el único que puede originar una conciencia y una educación socialista, cuya ortodoxia y carácter religioso se manifiesta en su intención de ejercerse sobre la persona como una  expurgación de la conciencia -cuyo carácter subjetivista y religioso delata empero que en realidad es una doctrina moral carente de toda filosofía.
  Pero, por el otro costado, al carecer la “educación socialista” de filosofía y por tanto de capacidad para corresponder con la realidad y ser objetivamente una educación, adquirió un carácter reaccionario, cerrando a las conciencias toda las posibilidades de acción revolucionaria ofrecidas por el mundo exterior y llevando a una horrible confusión, cuya angustia intelectual se manifestó, al no tener otra manera de destacarse, haciendo alardes de radicalismo, terminando en el superlativo extremismo de hacer pasar la “educación socialista” por propaganda política abierta, sustentada sólo en el interés particular y trastocando la imagen del líder y del patriarca por la del maestro. Sus consecuencias más palpables fueron el abandono del rigor en la teoría, ciencia y práctica pedagógico y crear la confusión y el caos en los espíritus, abriendo así las puertas de la escuela y de la cultura a toda clase de impostores y charlatanes que al vivir en la simulación no dieron sino lecciones de inmoralidad, implicando todo ello el debilitamiento y la supresión de la educación misma, la cual sucumbió a la intervención de la política.
   El callismo intentó imponer una dictadura ideológica, contradictor del espíritu constitucional siendo su reforma educativa un movimiento irreflexivo sujeto a la pasión demagógica y a la pasión sectaria de un partido político. Así, la sustitución del laicismo por la “escuela socialista” entorpecida en un revoltijo de ideas positivitas y materialistas y elevada a frase mágica sin contenido creo un fantasma de ideología, abriendo el hueco para ser llenado por una nueva bandera política y ser pasto de la demagogia oficial.
   Tamañas confusiones de la escuela comunista tienen su eje en una concepción psicologista del socialismo y de la revolución, cuyo carácter oposicionista prendió en los estratos más bajos de la mentalidad magisterial como una inconformidad infundada, que no pretende algo diferente de lo que se rechaza, sino que consiste en un puro estar inconforme, en una pura oposición sin objeto –pero cuya tendencia final es hacer sentir un estado de cosas superior que no existe para erigir así a la escuela en iglesia del Estado y supeditarlo todo a la autoridad de su dogma y  los políticos a los sacerdotes titulares de la doctrina oficial.
   Nuevo clericalismo, pues, que encierra la voluntad de que la escuela tenga una función eclesiástica respecto de la política –comprometiendo así a la escuela en la adopción oficial de una fe político-religiosa abanderada por un falso prestigio filosófico, haciendo con ello de la revolución un bastión de la reacción y una sofisticada forma estética del agravio y de  la misantropía.
   Las consecuencias que de ello se derivaron han sido incalculablemente costosas para la historia de México, pues lejos de adoptar una armonía entre los fines de la enseñanza y los fines de la sociedad por razón misma de la universalidad de los estudios, la confusión socialita llevó a la corrupción de los estudios que desnaturalizados y defraudados aspiran no a la responsabilidad y el esfuerzo de la cultura por la finalidad superior que le es propia con un ánimo desinteresado, sino al usufructo del que se sirve de ella como instrumento de su beneficio personal y sin conciencia de su utilidad –siendo así nuestra cultura botín de la depravada política mundial. Ensayo, pues, que cambió la naturaleza de las cosas, quedando la cultura en manos de quienes no reconociendo la superioridad de su valor social respecto de los demás apetitos la utilizan como un instrumento de sus apetitos incultos o para dar satisfacción a sus ambiciones individuales. Confundiendo también la revolución con aquello que niega la realidad de la nación y de la educación con una regresión a las fantasías de la infancia, llevando a negar el carácter libre de las profesiones liberales y a considerar reaccionaria cualquier nueva tendencia liberal que abriera un horizonte al espíritu, llenando así los corredores burocráticos de jóvenes ambiciosos e incultos en cuyas manos esta  la cultura a la que aspira la nación sin esperanzas.
   Tales posturas convirtieron a la doctrina socialista de la distribución de la riqueza en un acto de fe, en un puro fenómeno psíquico que la profesa como creencia pero no la practica como acto, convirtiéndola en una cosa puramente contemplativa, en una mística, en una magia, en un culto al milagro, que piensa que el socialismo se realiza por imaginarlo, haciendo de él un objeto sobrenatural. También  una creencia religiosa que hace de la revolución una creencia psicológica estéril y del socialismo una superstición astral y tenebrosa ansiosa de absoluto. Creencia religiosa, pues, que al comprometer la escuela oficial en la enseñanza del comunismo la entrega a la adoración de una fe político religiosa. Así, la escuela imanta el carácter dogmático de las iglesias, siendo su oposicionismo a la vez institucional e intolerante, pues por un lado su protesta no tiene objeto real, puesto que su objeto es metafísico, pero por la otra usurpa completamente el sentido de la protesta al no permitir ningún otro tipo de oposición –pues su tendencia es la absorción sin residuos de los espacios culturales para la intervención discrecional de la vida política.
   Empero, darle a la escuela una finalidad política es darle una finalidad que no tiene, una finalidad eclesiástica, cuya voluntad es la de apoderarse de la conciencia pública por medio de la escuela. Por último, al hacer del socialismo un psicologismo mas adquiere la función de una droga y la textura fantasmal e imaginaria de los sueños, lo que no dice mucho sobre la reforma o la transformación del mundo y si mucho del gusto de las mentes vagas por la embriaguez.
   Así, la “educación socialista” al ejercer una enseñanza que no corresponde a la realidad se vuelve conformista, abismada y caprichosa, adquiriendo el libérrimo carácter interior de las fantasías nocturnas. Doctrina, pues, que se obliga por su inferioridad intelectual  a la adopción de una actitud dogmática y suficiente, derivándose de ello la repugnancia por la libertad y su temor a que el futuro ponga de manifiesto la incapacidad de sus acciones falsas, fatuas y vanidosas –que a la vez conducen a la esterilización del socialismo y a fracaso de la acción revolucionaria, haciendo retroceder a la política a formas irreflexivas y primitivas del gregarismo. Total confusión que termina por hacer a todos los gatos pardos y que no puede ser sino obra de la noche, porque sólo ella es absoluta e ilimitada, confinando totalmente al hombre al rodearlo por todas partes –mientras que en cambio el día es limitado, sujetando al hombre a porciones parciales de la realidad y a su contexto y finitud, pero que a la vez permite entrar en un espacio real para habitarlo y para en libertad moverse rectamente y  seguir un horizonte.
   En concreto,  la resultante del sistema educativo fue incorporar lo que en el accidente revolucionario había de confusión del pensamiento y oportunismo, los cuales frustraron sus ideales al confundir los planos: el de la pedagogía con el adoctrinamiento, el sindicalismo con la organización académica y la libertad con la uniformidad oposicionista. Sin embargo, si rescatamos la esencia de la educación, resulta claro que no puede haber educación socialista, pues la ciencia es un valor objetivo que es el mismo para todas las escuelas y sistemas de educación. El hombre es un ser social… pero toda sociedad es una sociedad de individuos. La educación es así tan social como individual, pues está destinada tanto al fortalecimiento de la personalidad individual cuanto de las personalidades colectivas, teniendo por tanto que atender tanto a las predisposiciones de carácter de una cultura como responder a las aptitudes nativas del individuo. Filosofía de la educación que requiere desarrollarse, porque su objetivo es permitir que la conciencia humana se realice en la mayor plenitud que pueda alcanzar.[3]
   Lo cierto es que la idea de una “educación socialista”, producto resentido de una inversión de conceptos, ha desembocado en un malestar que ahora manifiesta sus efectos más regresivos y perturbadores –los cuales han llevado a los maestros de la irresponsabilidad a la simulación, expresándose finalmente tal fachada bajo la forma de la angustia existencial y de pensamiento, dando con ello ejemplo de confusión, inferioridad intelectual y  lecciones de inmoralidad y de violencia –porque lo cierto es que la educación no puede fundarse en el socialismo, sino solamente el socialismo en la educación.[4]
   En efecto, no hay educación socialista, pero en cambio lo que si puede haber es una política social de la educación, en el sentido de responder libremente a los requerimientos de la realidad social y cuya única reforma estriba en el conocimiento profundo del espíritu mexicano para corregir sus vicios y desarrollar sus predisposiciones y aptitudes de carácter decantándolas en realidades cumplidas –simplemente porque la tarea educativa es la de formar hombres según las miras de un tipo superior de existencia.
  Por su parte, el laicismo es una actitud de espíritu que toma distancia frente a los intereses eclesiásticos y frente a los intereses económico-políticos, tendiente a fundar una política libre, exterior a los intereses de iglesias y grupos económicos para consolidar su autonomía. Así, el laicismo implica la conciencia concreta de que la cultura y sus contenidos (tanto científicos, técnicos como humanísticos, artísticos y artesanales) pertenecen de modo radical a la sociedad –y no de modo histórico o tradicional a una clase social privilegiada, clerical, capitalista o socialista, ni al predominio de una iglesia o partido. La nación se identifica así con la sociedad laica, fundada en la luz pública o radicalmente, por ser la facultad natural de la nación para edificarse radicalmente y dictarse su propio destino –porque la revolución no es un conjunto de creencias individuales elevadas a forma de aplicabilidad universal de un dogma infalible y sagrado, sino la experiencia republicana de la sociedad misma como libre.
   Lejos de la teoría peregrina de estar el socialismo contenido analíticamente en la idea de la escuela laica como algo que le imprime una servidumbre política, el laicismo implica por lo contrario la concepción sintética de que la escuela tenga un contenido propio, que al serle exclusivo debe dejársele en libertad para cumplir la función que la escuela tiene como tal, pues tanto ciencias, artes como humanidades tienen un contenido por sí mismo, que sin ser supeditado a intereses extrínsecos pueda ejercer su actividad transformadora.
     Al ser la esencia de la educación es la de articular un corpus  de expresiones de convivencia formativa de la persona, el modelo estético es quizá insuperable, pues la educación artística consiste en articular situaciones sociales de convivencia formativa mediante expresiones bellas e incluso críticas de la realidad. La iniciación artística así permite el aprendizaje de técnicas prácticas para la articulación de tales expresiones mediante el aplicado oficio, logrando el fortalecimiento las aptitudes y predisposiciones del aprendiz; pero que a la vez requiere en la convivencia formativa de un caldo de cultura y tradición situacional que le de cuerpo para insertarse en la vida social y brillar a la luz pública, logrando con ello el robustecimiento de los grupos sociales mediante expresiones colectivas que expandan y saneen el tejido social –respondiendo así a la vida colectiva más como una orquesta que como un guerrilla.
   Porque la acción armónica y estética del muralismo es también la de una crítica de la realidad que permita pensar directa y objetivamente los problemas del país sin distorsionarlos por las pasiones e intereses económicos o políticos personales. Madurez de pensamiento, que sobre la experiencia de los fracasos enseña lo que no debemos hacer, fortaleciendo nuestro carácter y lección estética y moral también, que muestra los horizontes abiertos a la responsabilidad de la persona en el mundo de la formación y de la libertad ascendente

[1]   Los ideales educativos, fruto de la brillante oportunidad de renovar al nación llevada a cavo por José Vasconcelos, quedaron inscritos en su (des)conocido libro De Robinson a Odisea. Pedagogía Estructurativa,  .(1ª Ed. España, 1935) Ed. Constancia, México 1952.
[2] Samuel Ramos, 20 años de la Educación en México (1941), UNAM. Nueva Biblioteca Mexicana #46, Tomo II de O.C.  México, 1990. Pág. 88.
[3] Hay que recordar aquí que la gesta del Ateneo, a su manera los filósofos de Contemporáneos, pero también la iniciación filosófica de José Gaos, coinciden en su lucha contra el psicologismo –teniendo todos ellos su antecedente en la obra fenomenológica de Husserl. El tema de la educación es el desarrollo del hombre y éste no puede lograrse sino con fundamentos filosóficos ad hoc, esto es mediante una filosofía de la persona y de la historia –propugnada por Ortega y Gasset y constituida como programa y sistema educativo con José Gaos en tierra mexicana.
[4] Jorge Cuesta, No hay Ecuación Socialista (1935). Poesía y Crítica, Tercera serie de Lecturas Mexicanas #31. CNCA. México, 1991.





miércoles, 26 de junio de 2013

Marx: Adios I El Capital Por Alberto Espinosa


Diciéndoles que éramos burgueses el jefe del partido nos echó a la servidumbre encima, adoctrinando a los trabajadores en el marxismo los convencieron para que nos robaran, haciéndolo por razón del socialismo, les decían -pero todos sabíamos que no lo hacían por ningún ideal, sino por dinero, por una lejana y vaga de lo que era El Capital. Fue por ello que tuvimos que prescindir de sus servicios y hacerlo todo por nosotros mismos -pero lo mismo sucedió con los amigos, porque algunos de ellos estaban también involucrados en todo aquello.



Sobre el Respeto Por Alberto Espinosa



Ante la montaña, detenerse. Esa es la actitud propia del respeto. La Weltanschaung del hombre educado se corona, como la nieve que corona los volcanes, como la cereza que remata el pastel con una colorida nota de dulce ornamento, con la noción del respeto.
Sin embargo, no es lo mismo el respeto que la precaución. Tampoco es el respeto una virtud unidimensional que aplana y empareja a todo el mundo al nivel en que todos sean igualmente respetados; falla de conceptuación muy común en la demagogia oficial, que dice respetar a todo el mundo mientras alegremente pasa por arriba, y hasta pisoteando, las cabezas de medio mundo. No.
Existe un uso derivado de la voz “respeto” aplicada a los principios, como por ejemplo a la libertad de expresión, digamos a los derechos fundamentales de la persona. Porque si bien es cierto que se deben de respetar (preservar) los derechos fundamentales de las personas, la virtud del respeto es propiamente otra cosa: es diferenciación, discernimiento, valoración, y por tanto reconocimiento de la jerarquía y autoridad de la persona, o dicho en otros términos: es valor reconocido, no secretamente y en privado, ni de dientes para afuera, sino socialmente, orgánica, vitalmente compartido: reverencia (no meramente formal, sino de suma corpore: inclinación: reconocimiento de la superioridad ajena y, declinación, secesión de los máximos derechos a ella). De tal suerte, las actitudes irreverentes de forajidos y pseudorevolucionarios, son más propias de rebeldes crónicos que de hombres educados. Porque se trata del nicho del respeto, efectivamente, del templo del respeto. Cosa imposible para esos calenturientos iconoclastas que quisieran ponerse en el nicho de lo que antes, minuciosamente o de tajo, han derribado.
Respetar a un poeta por su valor incomparable, por su especificidad como dicen los atomistas, significa que se ha elevando ante nuestros ojos, por su sentido de la belleza, por trasmitir ese contenido en las formas a su vez mas bellas, por su genio, por su carácter. Se ha elevado ante nuestros ojos, es decir, se ha convertido en una figura digna de respeto -cosa, por supuesto, que será motivo de envidia para los envidiosos, de aquellos que queriéndose elevar ante los ojos del respetable (del público, se entiende) no has sabido como o han sido impotentes para hacerse respetar -sirviéndose entonces para ello de modos desviados, volteados, amañados, invertidos del respeto -ya sea comprando directamente conciencias (a los inconscientes), ya infundiendo temor, tanto por vías directas como indirectas.
Como sucede con el público, con los espectadores, que por principio son respetables, que están por decirlo así en potencia de ser respetados, pero que realmente no lo son, así sucede en esa repelente demagogia del “todas las opiniones son respetables” –que equivale justamente a disolver el concepto, a la manera vanguardista del dadaísmo, que al estrellar las sillas sobre las testas del “respetable” les mostraban fehacientemente hasta que punto pueden de hecho no ser respetados.



Filosofía por Radio XVII Historia de la Filosofía II Por José Gaos

Historia de la Filosofía
16.- Panorama de la Filosofía Medieval, Moderna y Contemporánea

   Con el desarrollo histórico del Cristianismo empezó en el seno de éste y dentro todavía de la edad antigua una polémica con la filosofía antigua y una utilización de ella adaptada al dogma cristiano por parte de los Padres de la Iglesia. Así nació la filosofía cristiana, como filosofía patrística, culminante en San Agustín.
   En los primeros siglos de la edad media se conservó mejor o peor la tradición de la filosofía antigua y patrística en los países de la Cristiandad y cultivaron la antigua los judíos y los árabes, de quienes la recibieron con la islámica y la judía los cristianos de los últimos siglos de la edad media. La filosofía de estos se llama la escolástica o de las escuelas que la cultivaban y culmina en la escuela franciscana con el monje inglés Duns Escoto, de quien salió la escuela escotista, y en todas con el italiano Santo Tomás de Aquino, fundador de la escuela tomista, y con el franciscano ingles Guillermo de Ocam, máximo representante de una filosofía llamada nominalismo.
   Durante el Renacimiento hubo también una gran efervescencia filosófica llamada en conjunto filosofía del Renacimiento, pero que no fue sino una filosofía de transición entre la medieval y la moderna. Simultáneamente hubo en España un renacimiento paradójico, de la escolástica medieval, que produjo la tercera de las grandes escuelas filosóficas de la Iglesia católica hasta nuestros días, la suarista, llamada así por su fundador, el jesuita granadino Francisco Suárez, de fines del siglo XVI y principios del XVII.
   Fundador de la filosofía moderna se considera al francés Renato Descartes, que vivió en la primera mitad del siglo XVII. De su filosofía salieron las de los otros grandes filósofos del siglo XVII: el ingles Hobbes, el judío holandés de origen portugués-español Spinoza, el francés Malebranche y el alemán Leibniz.
   En los dos primeros tercios del siglo XVIII los más grandes filósofos fueron sucesivamente los ingleses Locke, Berkeley y Hume. Desde el último tercio del siglo XVIII pasó lo que puede llamarse la hegemonía filosófica a los alemanes, con Kant y los tres grandes postkantianos: Fichte, Schelling y Hegel, con cuya muerte, en 1831, se considera cerrada la filosofía moderna y hasta la filosofía clásica toda y abierta la contemporánea.
   Esta empezó en o desde Alemania con reacciones contra la filosofía de Hegel. Una fue la de Schopenhauer que desde la segunda mitad del siglo pasado se hizo uno de los filósofos más populares internacionalmente. Otra fue la del danés Kierkegaard, que estudió en Alemania y tuvo nombre entre los escritores religiosos protestantes hasta que en nuestros días se le reconoció por fundador de la filosofía llamada el existencialismo. Otra fue la del materialismo de Feuerbach, de la crítica de la cual sacó Marx el materialismo histórico que se ha desarrollado en este siglo como materlialismo dialéctico y filosofía oficial de los países comunistas. De Schopenhauer partió otro de los filósofos más populares internacionalmente desde fines del siglo pasado, Nietzsche.
   Simultáneamente a las reacciones mencionadas, pero independientemente de ellas se fundó por Augusto Comte el positivismo que desarrollaron principalmente en Inglaterra Stuart Mill y Spencer.
   La filosofía de nuestro siglo se inició con reacciones contra el positivismo. La más famosa internacionalmente fué la del filósofo francés Bergson. En Alemania la fenomenología fundada por Husserl cedió la preeminencia al existencialismo, representado fundamentalmente por Heidegger y popular e internacionalmente por Sartre.
   Y solas tres filosofías más merecen mención en este panorama de la historia de la filosofía universal:
   el positivismo ha tenido en nuestro siglo, con el neopositivismo, un renacimiento muy importante;
   los Estados Unidos han producido una filosofía considerada como específica de ellos, pero cuya importancia no estriba únicamente en esto: el pragmatismo;

   en España y los países hispanoamericanos ha habido en los últimos tiempos escritores como los españoles Unamuno y Ortega y Gasset de fama internacional también como filósofos y como los mexicanos Vasconcelos y Caso, de fama continental, en espera de la segura internacional.


Curso de Antropología Filosófica XII Por Alberto Espinosa


El Fuego del Espíritu y el Agua de la Vida

12.0.- Dos notas caracterizan, decía, al hombre educado: la actitud de atención y la noción de respeto. Puede agregarse ahora que tales características son indicios favorables, acaso suficientes, de la meta de la formación misma, de la formación misma del hombre, que es justamente el hombre educado. Porque precisamente el logro de educación se encuentra en el hombre que ha logrado jerarquizar válidamente tanto acontecimientos como a personas de acuerdo con un centro rector axiológico, cuyo eje determina a su vez la noción de respeto, dando con ello un tono anímico a la vida comunitaria cuanto un trato especialmente deferente, reverente a sus figuras ejemplares –teniendo como núcleo más alto de su pirámide o eje axiológico un grupo compacto de figuras ejemplares, que se elevan a manera de una extensa cordillera histórica o biográfica, por sus obras bienhechoras, por su testimonio de vida, así como por las noticias, siempre más o menos polémicas, dejadas por el sabio, por el santo o por el héroe (figuras de respeto todas ellas por el logro excepcional en el desarrollo de un corpus de exclusivas del hombre, de propios o propiedades humanas, donde el ser humano se reconoce o, si se prefiere, donde se reconoce lo más propiamente humano del hombre en concordancia con el objetivismo social de los valores  –de forma más pura o sin mezcla de otros intereses, económicos o políticos por ejemplo, que tan frecuentemente enturbian la actitud desinteresada, precisamente, del espíritu).
   Puede añadirse así que el hombre realmente educado, que el hombre plenamente formado, es aquel que ha desarrollado felizmente las facultades del respeto y de la atención, proporcionándole dichas facultades un criterio y una serie de parámetros para juzgar, evaluar y justipreciar personas y acontecimientos. Siendo así, la actitud de la atención y la noción del respeto representan, junto con la actitud del servicio y la disposición a estimular, a entusiasmar a los otros, los verdaderos sillares donde se asienta la vida del espíritu. Porque el hombre educado, munificente y longánimo, atiende al principio pedagógico de no utilizar, sino servir, de no abatir sino estimular.
12.0.1.- Así, si la atención es la cámara central donde se disuelven los excesos del alma inferior, afectada de distracción por seguir superficialmente, de aquí para allá, el curso contingente de los acontecimientos, al ser el río de la conciencia un constante fluir sin retención alguna; el respeto es la llama que enciende el fugo del espíritu, hecho todo él de concentración y de contemplación que rompen el deslizamiento sin fin de la conciencia. Ambos están unidos por el agua de la vida, por esa energía elemental de la unidad primordial de todo lo viviente, con la que el hombre formado, educado, se solidariza: actitud que se manifiesta en el respeto por toda forma de vida y, más que en la irrestricta tolerancia hacia las formas de pensamiento ajenas, en la participación activa y  jubilosa en la pluralidad y libertad con que se manifiesta la creación en su torno y sus diversas formas de expresión –por lo que el espíritu longánimo del hombre formado es también multánimo.     
   El propósito central de la educación, de la formación humana, radica pues en estabilizar la atención para que pueda ser un suelo firme como el suelo, para que pueda ser una tierra fértil cultivable y fecunda para el espíritu. Combatir la oscuridad caleidoscópica de la distracción, disolver el alma inferior, no consiste en otra cosa que en controlar el río de la conciencia, en cierto modo interrumpiéndolo de su flujo irreflexivo que va en dirección siempre descendente. Como el agua que no encuentra un continente donde ser retenida, donde ser espejo. Evitar, en una palabra, el estéril vagabundeo de la conciencia que a fin del día deja al espíritu como embotado y deprimido.
   A partir de la tierra así fertilizada, es posible refinar y completar el alma superior del espíritu, preservado por la noción del respeto. Porque justamente el hombre atento experimenta una especie de liberación de las ataduras y presiones del cuerpo por la elevación de los ojos m-porque si la tención aclara la mirada para ver y describir, el respeto esclarece la escucha para poder oír nítidamente, ya fundida la escoria y las tensiones de lo oscuro, de la opacidad sensual que afecta al temperamento y se dirige hacia la muerte, restaurando de tal manera las potencias creativas del ser humano en la concentración del espíritu, en la energía luminosa y clara del pensamiento puro.
 12.0.2.- Ante la montaña, detenerse. Esa es la actitud propia del respeto. La Weltanschaung del hombre educado se corona, como la nieve que corona los volcanes, como la cereza que remata el pastel con una colorida nota de dulce ornamento, con la noción del respeto.
   Sin embargo, no es lo mismo el respeto que la precaución. Tampoco es el respeto una virtud unidimensional que aplana y empareja a todo el mundo al nivel en que todos sean igualmente respetados; falla de conceptuación muy común en la demagogia oficial, que dice respetar a todo el mundo mientras alegremente pasa por arriba, y hasta pisoteando, las cabezas de medio mundo. No.
   Existe un uso derivado de la voz “respeto” aplicada a los principios, como por ejemplo a la libertad de expresión, digamos a los derechos fundamentales de la persona. Porque si bien es cierto que se deben de respetar (preservar) los derechos fundamentales de las personas, la virtud del respeto es propiamente otra cosa: es diferenciación, discernimiento, valoración, y por tanto reconocimiento de la jerarquía y autoridad de la persona, o dicho en otros términos: es valor reconocido, no secretamente y en privado, ni de dientes para afuera, sino socialmente, orgánica, vitalmente compartido: reverencia (no meramente formal, sino de suma corpore: inclinación: reconocimiento de la superioridad ajena y, declinación, secesión de los máximos derechos a ella). De tal suerte, las actitudes irreverentes de forajidos y pseudorevolucionarios, son más propias de rebeldes crónicos que de hombres educados. Porque se trata del nicho del respeto, efectivamente, del templo del respeto. Cosa imposible para esos calenturientos iconoclastas que quisieran ponerse en el nicho de lo que antes, minuciosamente o de tajo, han derribado.
   Respetar a un poeta por su valor incomparable, por su especificidad como dicen los atomistas, significa que se ha elevando ante nuestros ojos, por su sentido de la belleza, por trasmitir ese contenido en las formas a su vez mas bellas, por su genio, por su carácter. Se ha elevado ante nuestros ojos, es decir, se ha convertido en una figura digna de respeto -cosa, por supuesto, que será motivo de envidia para los envidiosos, de aquellos que queriéndose elevar ante los ojos del respetable (del público, se entiende) no has sabido como o han sido impotentes para hacerse respetar -sirviéndose entonces para ello de modos desviados, volteados, amañados, invertidos del respeto -ya sea comprando directamente conciencias (a los inconscientes), ya infundiendo temor, tanto por vías directas como indirectas.
    Como sucede con el público, con los espectadores, que por principio son respetables, que están por decirlo así en potencia de ser respetados, pero que realmente no lo son, así sucede en esa repelente demagogia del “todas las opiniones son respetables” –que equivale justamente a disolver el concepto,  a la manera vanguardista del dadaísmo, que al estrellar las sillas sobre las testas del “respetable” les mostraban fehacientemente hasta que punto pueden de hecho no ser respetados.
12.0.4.- Por lo contrario, lo más lejano de lo respetable es lo reprobable, que es a la vez lo injustificado, lo que tiene piso, suelo, tierra o fundamento, razón de ser, y lo vergonzante, la acción o actitud insuficiente de quien, dominado por el chancro del pecado o por el óxido de la limitación, causa que desviemos los ojos de su persona, que caiga ante nuestros ojos, que desviemos la mirada de su presencia –lo que a su vez causa en el infractor el agudo y sonrrojante sentimiento de la vergüenza, el cual se expresa precisamente a su vez en un bajar los ojos y desviar la mirada, hacia abajo, en signo de cierta cobardía de ánimo, de apocamiento, de no haber estado justamente a la altura de algo o de alguna expectativa, reconociendo pues en el fondo una cierta deshonra, un cierto desmerecimiento (cuando en su desacato no ha ido tan lejos como para perder todo sentimiento, incluso para consigo mismo, como sucede en el lamentable caso del cínico desvergonzado, contumaz satisfecho de sí mismo que se revuelca en el propio error, resultando a la vez tan irrespetuoso y contrario a toda autoridad cuan desafiante, que es el caso del despreciador, del odiador del bien, ante cuyos ojos aparecería como despreciable aún la figura merecedora del mayor respeto .con todo lo que sus costumbres invertidas pueden conllevar de disolución del orden social según jerarquía e incuso de minar y disolver lo social en su raíz misma).
12.0.5.- El ser humano, animal capaz de sentir vergüenza… o de no sentirla –lo que indicaría ya un caso límite de indolencia e irrespetabilidad y por tanto de inhumanidad, justamente; o de falta de formación de lo humano, de falta sensibilidad para lo humano, y por ello de educación y hasta de incapacidad moralidad –que es la peor de todas las incapacidades, por arrastrar su comportamiento una costosa inutilidad social (que es el llamado “margen de incompetencia”).
12.0.6.- Así, las categorías educativas que en principio parecieron ser las de “enseñanza” y “aprendizaje” son sobrepujadas con creces por las de “atención” y “respeto” –pues “aprender” apenas se refiere al acto de “apoderarse” de algún conocimiento, estando relacionado muchas veces con la aprensión, con el acto de cogerle temor a algo, debido a lo fallido de los métodos de enseñanza. El acto de aprendizaje de algo nos convierte, empero en aprendices, en aprendices de maestros puede agregarse –como el que duda delata en su dudar una actitud de querer salir de la duda, yendo pues por ella en marcha de la certeza o de la convicción más honda y mejor fundamentada.  La enseñanza por su parte requiere en el verdadero maestro una actitud desinteresada, en el sentido del desprendimiento del saber que previamente ha hecho suyo o del que se ha apropiado; desprendimiento pues que entraña un emprender: de emprender la tarea de la educación, de la enseñanza, de trasmisión de una tradición al nuevo miembro de la comunidad o del grupo, cuya empresa no busca tanto desarrollar disposiciones favorables de familiarización, asimilación y recreación de los diversos sectores de la cultura –cultivando por tanto un jardín interior, cuyo tesoro se cifra en la expansión de valores como el amor a la vida, el servicio, la paciencia, la bondad, la caridad y la ternura (curándonos con ellos de los rancios valores convencionales y acomodaticios del materialismo, esencias caducas de lo social que roban toda esperanza, tales como: la vanidad del tener, en ansia de poderío, la pretensión de las riquezas o el egoísmo de los placeres y del ejercicio de la sexualidad intrascendente del inmanentismo, los cuales, por otra parte, parecen más bien materia de reprensión que de ningún respeto.   
12.0.7.- El respeto es una de las categorías más desvaloradas por la modernidad, la que ha dado pábulo al tipo del respetuoso, del antisolemne, del rebelde institucional, imponiendo el codazo y el tuteo público por una especie de presión social a la baja que ha regateado las jerarquías sociales, hasta el grado de desprestigiar del todo a la eximia figura del maestro en un caldo de indistinciones donde germina la temible transmutación de todos los valores bajo la forma de la invención de una serie de jerarquías de coyuntura, tan lábiles y flexibles que llegan al extremo de lo contradictorio (siendo sus posiciones desde las muy teóricas y sofisticadas de la abstracción del mundo y de lo humano, hasta las nada prácticas costumbres de la pseudotranza y sus místicas inferiores de cangrejos cronológicos atenidos a no se que rituales prehispanisantes, que colocan en puestos de responsabilidad ya no digamos a personas poco o nada respetables sino incluso monstruosas). 
12.0.8.- Así, hemos visto que hay dos sentidos de la voz respeto: el más bien impropio de respetar a una persona o a una opinión como a cualquiera, en una especie de igualitarismo de rastacueros; y el respeto en su sentido propio, que entraña el elevamiento ante los ojos de una persona por sus méritos más bien extraordinarios, poco comunes, nada vulgares, insólitos, y establecerlo como un valor socialmente reconocido u objetivo. El respeto se pasa de tueste cuando, al intentar explotar un valor preestablecido, se petrifica en una figura hasta convertirla en un ídolo marmóreo o en un dogma cerril, cayendo entonces en el formalismo inane o en un ritualismo anquilosado y sin contacto real con el auténtico valor de las personas; pero se queda chato cuando se derrumba en la chabacanería de la antisolemnidad o del autoritarismo –que, por otra parte y pesa a sus delirios e insolencias pertinaces, a todas luces reclaman para si toda la autoridad, e intentan acaparar, respingando y echando de coces, con gestos ríspidos, ásperos, erizados, toda la solemnidad que les sea posible, en una especie de atavismo que hace más bien a los rebeldes cada vez más parecidos a sus abuelos. No.
   Por lo contrario, la palabra respeto tiene como origen etimológico en el latín (respectus) la idea de “mirar atrás”, aplicándose preferentemente a la consideración obligada a los ancianos, por sus merecimientos en el tiempo, por sus esfuerzos en una trayectoria de vida. Virtud de la memoria, pues, es el respeto, y virtud cardinal, vertical, puesto que el hombre se desarrolla en una vida heredada, cultural, donde el factor tradicional afecta el motor de la voluntad de partir de la instauración de una jerarquía, de una memoria vertical, de donde se deriva todo cambio y todo progreso.    
 12.0.9.-  La atención corrige inmediatamente dos vicios educativos: pensar sin aprender, que es peligroso; y aprender sin pensar, que es tiempo perdido. El hombre atento, por el contrario al atender tiende su oído hacia algo, y esa tensión a lo tiende es a escuchar un contenido, por decirlo así, condensado de la cultura, que por ello se presenta, aparentemente, ininteligible, denso, inexpugnable, plegado, sirviendo la atención par desplegarlo y así, al desenvolverlo poder comprender –implicando por ello una contienda y hasta una contención. Por un lado, un contener el río de la conciencia del desatento, que es también el distraído, que es llevado y traído de un lugar a otro por las ideas o imágenes que desfilan por su conciencia, distrayéndose con los ojos no menos que con los pasos, que igualmente lo llevan de un lugar a otro como si no tuviese un destino fijo –siendo finalmente el descuidado, el que a cada hora sale y anda de aquí para allá, como fugándose de cada persona a la que en lugar de atender y recibir, más bien despide con las casi soeces y amenazadoras, cuando no insidiosas y hasta insolentes, expresiones de la vulgata del “órale”, “ándale”, “sale”. Por el otro lado, un contender contra las distracciones y poder atender al desciframiento del sentido, es decir, para poder entender –que es también un poder extender, poder desarrollar. Seguir, prestar atención con la mente, oír, comprender, que es también una “intentio”: un dirigirse hacia algo. Porque prestar atención (intendere animin in aliquid) es a la vez un proponerse algo (intrendere animo aliquid).
   En un segundo sentido la voz atender se refiere a una norma de la civitas, de la urbanidad, de la cultura: el atender en el sentido de estar al servicio, a las órdenes de una causa o de una persona, tal y como sucede con el atento tendero. 
   La atención así puede verse como una virtud horizontal donde el conocimiento a la ves se extiende para una escucha que al recibirlo lo extiende en la mente para hacerlo, a su vez, extensivo a otros –echando abajo las intenciones de aquellos otros pretensiosos que dan como excusa su desatención para en avanzada tender por delante en una tensión que crea todo tipo de malentendidos.
12.1.- Así, el agua de la vida mana cuando a la actitud del respeto y de atención para toda forma de vida se suma la memoria que se honra. Como se honra  la jerarquía de un templo, despertando por consiguiente la emoción estética y moral del fuego del espíritu. Todo ello puede cifrarse en el principio intelectualista y voluntarista de la educación, pues de acuerdo a la idea que nos hagamos, que desarrollemos, que levantemos y que trasmitamos del mundo, así será nuestro comportamiento en la vida.

26-VI-2013 



jueves, 20 de junio de 2013

Filosofía Por Radio de José Gaos XVI Historia de la Filosofía I Por José Gaos


15.- Panorama de la Filosofía Antigua

   La filosofía empieza en Grecia, La India y China por el siglo VI antes de Jesucristo, época de cambios históricos profundos en las culturas independientes entre sí de los tres países. De la filosofía griega se originó la de Occidente y la del Cercano Oriente, que evolucionó independientemente de la oriental hasta tiempos muy recientes, por lo que vamos a ocuparnos exclusivamente con la filosofía occidental.
   La filosofía griega no empezó en lo que es actualmente Grecia, sino en las colonias griegas que había entonces en Asia Menor y en la parte sur de Italia llamada Magna Grecia. La filosofía empezó a cultivarse en Atenas siglo y medio después de haber nacido en Asia Menor. El primer filósofo ateniense fue Sócrates del que fue discípulo Platón, del que fue discípulo Aristóteles, los dos filósofos más importantes de Grecia y puede decirse que de todos hasta hoy. Los filósofos anteriores a Sócrates se llaman actualmente justo así: los presocráticos. Los sofistas.
   Platón, que era ateniense, fundó en su ciudad natal un centro de investigación y enseñanza que se llamó la Academia, por estar situado en los jardines del gimnasio dedicado a un héroe llamado Academos. Aristóteles, que era de Macedonia, pero había estudiado y trabajado en la Academia durante casi veinte años, hasta la muerte de Platón, fundó, en la misma forma, unos veinte años más tarde otro centro de la misma clase que se llamó el Liceo, por estar situado en los jardines dedicados a Apolo Liceos. Los nombres propios de la Academia y del Liceo se convirtieron con el tiempo en los nombres comunes y todavía vigentes de instituciones culturales y docentes.
   Poco después de la muerte de Aristóteles, a principios del siglo tercero antes de Jesucristo se fundaron en Atenas otras dos escuelas filosóficas: la de los estoicos, llamada así porque el fundador, de nombre Zenón, enseñaba en una stoá o pórtico, y la de los epicúreos, llamada así por ser su fundador Epicuro, que enseñaba en un jardín cuya propiedad adquirió y que ha recibido históricamente su nombre.
   Las cuatro escuelas filosóficas de Atenas siguieron viviendo hasta más o menos tiempo después de Jesucristo. El cierre de la Escuela de Atenas por excelencia, la Academia, por el emperador Justiniano, a principios del siglo V, se considera como el fin de la filosofía antigua, es decir, antigua y pagana.
   Las filosofías de las cuatro escuelas atenienses se difundieron primero por el mundo helénico y después por el Imperio Romano: se iba a estudiar a Atenas y hubo filósofos de y en otras partes de aquel mundo y de aquel Imperio.
   De la filosofía de la Academia salió la última gran filosofía del mundo antiguo, el neoplatonismo, del que el principal filósofo no fue el fundador, un filósofo oscuro cuyo nombre no merece cargar la memoria de los principiantes en filosofía, sino Plotino, un egipcio de cultura griega que acabó actuando en medio de un círculo aristocrático en Roma en el siglo segundo después de Jesucristo.
   Se distinguen un estoicismo antiguo, otro medio y otro nuevo, aunque todos son antiguos, de los que los únicos filósofos cuyos nombres figuran en la historia universal de la cultura son los tres grandes del nuevo: el hispanorromano Séneca, el esclavo Epicteto y el emperador Marco Aurelio.
   Ni la escuela de Aristóteles ni la epicúrea cuentan con figuras dignas de mención en este curso.
   En cambio, tiene éste que mencionar otras dos filosofías que se difundieron más o menos por los mismos lugares y durante los mismos tiempos que las anteriores: el escepticismo y el eclecticismo. Son dos filosofías cuya formación es muy comprensible después de haberse formado tantas: escéptico es un nombre que quiere decir el que examina cuidadosamente, a saber, las filosofías existentes, y ante su variedad y hasta oposición, se abstenía de juzgar; ecléctico es un nombre que quiere decir el que elige, a saber, lo que le parece verdad en cada una de las filosofías existentes y con ello compone su filosofía. No hubo más escépticos ni eclécticos cuyo nombre pronunciar aquí que uno: el orador, político y polígrafo romano Cicerón puede considerarse por sus escritos filosóficos un representante del eclecticismo.





lunes, 17 de junio de 2013

Sobre la Mentira II Por Alberto Espinosa


Segunda Vuelta

El estigma de la mentira es la doblez: de ahí su máscara, de ahí también su persistente desequilibrio ciclotimia, su enajenación, su constante desacuerdo, su ínsita anarquía, su rebeldía. Por ello su figura más acabada es la del fariseo, la del hipócrita, la de burlador, la del volteado –pues suelen ser lo que no dicen y no dicen lo que son, no pudiendo así ser tampoco vienen a bien quienes dicen ser.
Porque la mentira frecuentemente comienza como un ocultamiento de los hechos, en mentirlos, lo que trae como consecuencia un desajuste de todo el tejido de hechos objetivos en que descansa la verdad, siendo en este sentido también cometer una injusticia, un desarreglo, un desacomodo, lo cual lleva por necesidad a reducir extraordinariamente los horizontes de experiencia y aun vital del mentiroso.
Así, lo que suele comenzar como un juego bobo de egoísmo y conveniencias pronto se transforma en una cadena que lleva al mentiroso a mentir-se a sí mismo y caer, más pronto que tarde, en el autoengaño: al fingimiento, falta o carencia de verdad a la que entonces se suma la actuación de una postura, de una posición, que ya no se tiene, que se ha perdido. El falsario tiene entonces que subir a escena, sobreactuando frecuentemente su papel por... por ... por desesperación: desesperación de no poder sí mismo o por haberse falseado a sí mismo. Juego premiado, es verdad en este mundo mundo matraca, pero que es en el fondo prisión, penitencia y castigo.
Lo que entonces persigue el mentiroso, más que nada, es ser respetado: lo que traducido en términos contemporáneos equivale a una condición mínima: que se le otorgue una especie de licencia de libre circulación, es decir, a que no se pidan cuentas ni transparencia -o dicho en otra fórmula, que se le permita seguir sin responder de los hechos, en la la irresponsabilidad (donde hay por ello tal vez algo de clandestino). Nada peor hay para el mentiroso que pedirle cuentas, o moverlo al sitio de la luz pública o de la transparencia -pues requiere de la opacidad para seguir ejerciendo, desde las sombras, en una especie de subjetivismo rampante donde se mezcla la falta de personalidad con la burla al prójimo que, de tener que salir a la palestra, vuelve a ser con el fingimiento de una respetabilidad que en verdad ya no tiene, que ha perdido.(fenómeno sólito en el mundo de la pedagogía, de la educación, en todo el mundo, pues, de las relaciones sociales).

Falla avalada socialmente es frecuente la mentira, a la que por último hay que sumar, junto a su dobles, confinamiento, actuación la entrada en la casa de los espejos, donde se desarrolla una imagen falseada tanto de la persona como del mundo mismo, con una recaída lamentable en la petrificación, muchas veces narcisista, de los sentimientos, den donde la mirada queda oscurecida por el velo brumoso del olvido y la insistencia, maniática, en un perpetuo ahora, donde el mentiroso llega a creer su mentira: exhibiendo así, por último, una especie de austosuficiencia de sí mismo, de dar razones (de ahí su vuelco y revuelco en el racionalismo), pero que desemboca, más pronto o más tarde, en la caída hacia adelante del existencialismo: en ser puramente hecho, irresponsablemente, no importándole que razones dar, no importándole ni tener ni dar razón, sin importarle ser simplemente de hecho, pues, y ya sin razón de ser. 







La Unidad Perdida (Saber, Relativismo o Buena Voluntad) Por Alberto Espinosa


I
   Todo saber filosófico cabal culmina en teología, en metafísica... todo... incluido el último de los grandes sistemas filosóficos de la edad; que es el de Hegel, con su saber absoluto que se piensa a sí mismo -en la historia, por la razón histórica, que es dialéctica, como todo el mundo sabe; es decir que es una razón tan dialéctica como cambiante (revolucionaria) ... pero, cómo puede ser esto? Misterio; el saber absoluto encarnando en la historia a través del arte, de la religión, de la filosofía... y máximamente a través de ésta; es decir, en el tiempo histórico... Pues bien, tal sistema se fragmentó no acabado el siglo XIX; en un socialismo ateo, resuelto muy moderna y mensurablemente por el inglés (Marx terminó viviendo en Inglaterra, no hay que olvidarle, y haciendo sesudos estudios de economía, no más), sumido en un movimiento obrero que interpreta el acmé del ser humano bajo la figura del homo faber (el progreso, la revolución industrial) y el positivismo, ajeno por completo a la metafísica. Kierkegaard, con fe viva, en cambio, sin escribir ni un sistema ni una promesa de sistema, atinó a la angustia del hombre contemporáneo, a su angustia constitutivo, por falta, por falsear la religiosidad -viendo con mayor nitidez que lo eterno, es verdad, todo el tiempo tiene historia. Mientras tanto la razón bajó a la tierra, tomó la forma del patíbulo, se volvió histórica, rabiosamente histórica,  y nos deshizo; el día de hoy aún  es adorada por millones; es la religión y la razón de estado... totalitario obviamente. Por otra parte, el ideal del saber, que llega al colmo con el ideal del saber absoluto, ha sido sostenido por aquellos que encuentran un placer en el saber -y en el dominio que le va frecuentemente aparejado: los filósofos, los soberbios filósofos habría que agregar. Corresponde en efecto a la estructura de la naturaleza humana, del tipo filosófico, anejar al saber la felicidad -y sigue siendo sostenido para todos por un puñado de infelices filósofos... jajajja.. que se obstinan en saber algo que las más de las veces por completo se les escapa de las manos, como la arena se escapa del puño que pretende retenerla. Y así las cosas, el racionalismo, ya rabioso, de la filosofía, no ha podido dar en sus ideales de racionalidad con la mediad de la felicidad humana, como no lo han hechos los inventos científicos del progreso occidental, ni la ha sabido proporcionar las normas éticas de vida contemporánea (sumidas en el hollaco de la publicidad y de la moda) ni el arte, impotentes para dar la medida que armonice al espíritu humano; arrojándose por consecuencia el hombre contemporáneo a una vida perfectamente irracional e incluso preferentemente inconsciente. Todo lo cual delata que tal insuficiencia de la razón, que su multitudinario, que su colectivo abandono en nuestra edad, que tal insuficiencia, decía, se debe a que sus hondas tuberías están rotas, que sus pozos de saber, que sus hontanares metafísicos se han desecado por completo, sin fuerzas ya para restablecer la jerarquía social de la filosofía en las humanidades, y sin la potencia para crear de nuevo un sistema  que satisfaga las aspiraciones de espíritu del hombre contemporáneo, desbandándose  todo el mundo por la peligrosa cuesta abajo del existencialismo, cada uno siguiendo su propio camino y todos en conjunto perdidos. Porque el meollo del meollo de la crisis por la que atravesamos es justamente el desecamiento de esos pozos metafísicos, que ahora se mirar más bien con una honda amargura, si no es con especie de  maniática nostalgia, cuyos viejos valores han periclitado, exhaustos, sin que sean visibles e incluso palpables los valores nuevos que habrán de sustituirlos.
II
      Respecto de la fe en el conocimiento hay que tomarlo también con reservas. Pues pudiese ser más una fe en el “saber aparente”, es decir, en la relatividad del conocimiento; más una amor a ese relativismo que al saber, pues –por amor, nada aparente sino bien real, al poder que pudiera darnos, es decir: por amor a su dictadura (sin necesidad de aducir el caso espectral de un ser de cinco patas parasitario, andrógino, que pone sus huevos por doquier reproduciéndose a sí mismo, cuya misteriosa quinta para resulta ser un pico succionador; caso, por otra parte, que si lo tomamos como un modelo teórico no es insólito encontrar en tantas y tantas oficinas gubernamentales). El saber tiene una proyección al futuro (ya lo decían los positivistas: “saber para prever”). Sin embargo, aun cuando se trate, no de una tomadura de pelo, sino de un conocimiento verificable (de un saber propiamente dicho, con una entrada en la enciclopedia y toda la cosa), la posesión, el uso o el usufructo de ese saber puede tener efectos contrarios a los creídos con fe y con fe viva en un principio. El conocimiento de los pueblos entre sí, por ejemplo, puede no llevar al aprecio y la concordia, como tantas veces se afirma, sino al desprecio, a la discordia, a la repelencia incluso, a la repugnancia de esos pueblos entre sí, sin excluir la xenofobia y el asco. Enterarse, por ejemplo, de la historia de las costumbres bárbaras de vikingos, de aztecas, de gauchos, esos cuchilleros, de algunos comunistas de la Nasdap, de los nazis de la SS, o de los pueblos xiximes, puede causar el alejamiento de los pueblos entre sí, de forma irremediable y hasta catastrófica. Un conocimiento más profundo de la historia del comportamiento de una persona puede mover al desconocimiento, a la extrañeza, por resultar deprimente y aun desmoralizador –como en el caso de ciertas confesiones culpígenas, de explicaciones no pedidas, de las cuales en definitiva hubiera sido mejor no enterarse. El conocimiento de otros sistemas filosóficos pudiera llevar a la franca confrontación, pues no es acaso la filosofía discrepancia ab initio, irreductible metafísica y hasta mera verdad estrictamente personal?; justo en un tiempo en el que por falta de tradición no hemos entendido el valor de la filosofía de la circunstancia ortegguiana, o para decirlo económicamente del valor de la pluralidad de la verdad.
   Así las cosas, si el valor que se persigue es el de la unidad caso perdido buscarlo en la filosofía (que es el saber o la forma de saber por excelencia), y que es, como repito, discrepancia de las filosofías entre si ab initio (a cada filósofo su verdad); no porque ese valor no sea alcanzable, pero por otra vía: no por la unidad del pensar lo mismo, sino por la unidad del querer –no un pensar lo mismo (cosa a la que sólo se llegaría con un enorme calzador y con mucha, con muchísima fuerza de dogmatismo, de adoctrinamiento y de falta de libertad, justamente, de pensamiento), sino de un mismo querer, de una misma voluntad… que es donde podríamos encontrarnos… alguna vez… de hacer, como repito, el bien, en el marco, en la dura y estrecha pendiente, de la libertad... ascendente…!!!      



sábado, 15 de junio de 2013

Otras Ocho Ideas Sobre Educación Por Alberto Espinosa





- Así, si la esencia de la educación esta en la formación del hombre, de acuerdo a sus aptitudes y predisposiciones de carácter, al hombre educado tal vez no pueda definirse; pero puede en cambio y en todo caso caracterizarse por dos notas esenciales, típicas, características: la atención y el respeto.

- La atención es nota esencial del hombre educado; no hay hombre educado que sea distraído, negligente, informal, chabacano, o desatento, disperso, injurioso o grosero síntomas todos ellos de espíritus volátiles, poco dispuestos o nada afectos a enraizar en un suelo.

- La atención el suelo mismo de la educación, la tierra misma del proceso educativo, la cual, evidentemente, hay que saber trabajar, abonar, labrar, para volverla perfectamente firme, y potentemente fértil.

- El respeto es, en efecto, un tipo de aprecio particular por la persona, elevada ante nuestros ojos por sus méritos, por sus virtudes, por sus desarrollos, esfuerzos y obras en una misión o tarea, en virtud del cual se levanta como ejemplo en algún término, sentido o capacidad –constituyendo su intrincada red de relaciones el templo completo de las jerarquías humanas y del trato entre los hombres, siendo elemento esencial a su vez en la orientación misma de todas las acciones humanas.

- El respeto consiste, ni más ni menos, que en el reconocimiento del valor –reconocimiento social, se entiende, explícito, transparente.

- Así, lo que la atarea educativa debe fomentar sobre todas las cosas es el sentido de la atención y del respeto; atención hacia los contenidos de la cultura; respeto hacia las personas que se esfuerzan por comunicar éstos.

- En un caso: fingimiento de una educación, si no de una jerarquía, que ya no se tiene; por el otro, aspiración a una educación que no hay manera de conseguir ni con el favor del mejoramiento de la posición social –todo lo cual se revela en síntomas de creciente insatisfacción, ansiedad, depresión, o en el peor de las cosas en la expresión de un nada disimulado cinismo de un aburguesameinto proletarizante o, de plano, de un proletariado cuyo aburguesamiento resulta una pobreza, una proletarizción más bien reduplidcada –como la del perro que come su propio vómito o de la marrana que lavada en la lluvia vuelve a revolcarse en las heces de su chiquero que, cuando se les habla de la prostituciíon y el mercado sexual se justifican olímpicamente, cómplices irredentos en la "cultura" de la mentira" y el reciclaje forzoso, diciendo no sin cinismo: "Es que a ellas les gusta"...!!!

- No es entonces la tradición, sino sus actores que no supieron como asimilarla, familiarizarse con ella y recrearla, los que se muestran impotentes, y por ello mismo inferiores intelectualmente, quienes practican la sepulcral sordera, disponiéndose entonces a esforzarse por que les pertenezca, no la tradición, cosa como repito imposible, sino cuando menos sus símbolos.

Selección de Juan Carlos Londoño Galvis