viernes, 22 de febrero de 2013

Cultura o Chantaje Por Alberto Espinosa




   Quisiera despejar un lamentable equívoco sobra la idea de "cultura". La palabra cultura, que en su origen se aplicaba al cultivo de plantas y animales. al cultivo del agro, pronto se convirtió en la voz idónea para referirse al cultivo de la cosas del espíritu, al cultivo del jardín interior. Así a terminado por significar las obras de la actividad espiritual pura, pero también otras formas de acción inspiradas por el espíritu -señaladamente la obra educación, a la acción de  trasmisión de la tradición espiritual de un pueblo a través de una generación a otra, pues exclusiva de la naturaleza humana es esa trasmisión del espíritu llevada a cabo por la acción educativa, formadora de hombres al ayudarlos a entrar a ese mundo espiritual, en un doble proceso de familiarización, asimilación y recreación de sus contenidos por medio de la estructura imbricada de la sucesión de generaciones, donde los mayores inician al los más jóvenes en ese universo de sentido, en ese mundo de valores trascendentes que por su importancia para la vida humana, para la persona y la comunidad, tienen la marca de la universalidad.  Sin embargo la palabra "cultura" puede sufrir de usos laxos, abusivos, que superan con mucho la extensión propia de su concepto, o es empleado con intenciones aviesas. Así, fuera de todo derecho, se habla de la cultura de la impunidad, del compadrazgo, de la trácala, o hablar de una cultura de la exclusión, del chantaje y la provocación, o de una cultura del pelado, refiriéndose con ello a usos y costumbres de un conglomerado humano, es emplear la expresión de forma tan laxa cuan confundente, lo cual no puede sino tener como resultado un vago humanismo que pasa ante una comunidad por cultura. Hablar de  cultura vanguardista, designando con ello lo que no es más que moda pasajera y subjetiva, es evidentemente un exceso, el cual puede y efectivamente ha llegado al extremo de  aceptar que la cultura coincide con la conveniencia social del statu quo o con la degeneración de costumbres e incluso de la misma esencia humana, llegando con ello a intentar avalar socialmente el primitivismo intelectual, el rampante permisionismo individualista de todo genero o la corrupción generalizada. No.
   La cultura por si misma, por el contrario, crea por su misma constitución lo que bien puede llaméese "esferas de autonomía" -en nuestro medio lamentablemente hoyadas muchas veces por la dependencia que hay entre sus instituciones propias (institutos y casas de la cultura, escuelas de arte, universidades, etc.) y la política. Punzante problemática a la que hay sumar las presiones que desde varios ángulos imprime a la cultura moderna y contemporánea nuestra la civilización tecnocrática, progresiva, positivista y dominante, de la actualidad. Una cultura sana no pude ser heterónoma respecto de esas potencias, so pena de quedar completamente despersonalizada y reducida a escombros. La acción política que viene de afuera de su seno para torcer su sentido propio, para llevar agua a su molino como vernáculamente se dice, empobrece la acción conjunta de sus miembros, volviendo a sus elementos frecuentemente autómatas de una técnica pero completamente desorientados respecto del sentido humano de la vida -cuya misión debería justamente ser la contraria: la de humanizar la realidad toda, toda, desde el grano de arena hasta el astro.
   Criticar vicios y ficciones de nuestro medio cultural, intelectual y artístico, tan propenso a la ficción, al individualismo sordo, a la imitación descarada, al mexicanismo de disfraz, de cohete y de alarido, y sobre todo al equívoco delirante respecto de la magnitud de la propia valía, criticar tales actitudes, decía, ha sido tarea de la filosofía de la cultura mexicana, ya explícitamente en el psicoanálisis del mexicano emprendido por Samuel Ramos desde 1934 -pero continuado sin solución por un puñado de hombres preocupados por la autenticidad de nuestra singular forma de ser y de nuestro destino histórico como nación. Sus antecedentes y consecuencias también hay que buscarlas en José Vasconcelos y Antonio Caso, sus desarrollos más plenos en la obra del mismo Vasconcelos en los 4 tomos de su impresionante biografía así como otras suyas, como en Qué es Revolución? (editado por la UJED), obras a las que han seguido libros claves sobre nuestra idiosincrasia e historia como El Laberinto de la Soledad de Octavio Paz o la última obra ensayística de Tomás Segovia (Cartas Cabales, Resistencia, etc.). En su centro se encuentra el movimiento espiritual de la Filosofía de lo Mexicano, emprendido por José Gaos entre 1940 y 1950 con varios libros y antologías en su haber.
   Los extremos y extremismos de nuestro tiempo jalonan por decirlo el núcleo de la cultura mexicana propia, occidental, derivada, criolla y mestiza, en proceso de consolidación, hacia fronteras que se antojan ya abismales: por un lado el abstraccionismo de contenidos del espíritu ajenos a toda realidad efectiva humana, el cual imita las grandes construcciones decimonónicas de la germanía, por el otro un falso mexicanismo que se conforma con disfrazarse de enchilada colgándose el metate al cogote e invocar la luz de los astros superiores en una especie de astroloísmo supersticioso. Una corriente más, que sin ser ni de derechas ni de izquierdas, apela desenfrenadamente a la masa y a la violencia para lograr sus objetivos, sin trascendencia cultural alguna, humanos demasiado humanos, que apela a la razón histórica (???) para satisfacer sus caprichos o atenuar sus complejos de inferioridad y que termina cayendo de bruces en el más leso pragmatismo y utilitarismo al comprobar por experiencia propia que no consisten sus movimientos en otra cosa que en una generalizada invocación al caos.
   La cultura mexicana, además del cultivo de sus más preciadas gemas y flores, del trabajo de labranza de su huerto más esmerado y del cuidado a la urna del pensamiento a donde se dirigen nuestras mas caras plegarias, tiene desde hace varias décadas como misión sustantiva la de reformar moralmente nuestras costumbres de convivencia elementales, la de formar hombres autónomos y en posibilidades, ya no digamos de recrear los contenidos de la alta cultura, pero siquiera de ordenarlos para poder hacer de ellos un organismo vivo. Naturalmente esa tarea no puede resuelta por un individuo, acaso ni siquiera por una sola generación de mexicanos, sino por una tarea conjunta que involucre a varios sectores de la sociedad esa magna obra del espíritu colectivo nacional - tarea no susceptible de ser entendida por hombres motivados por sus pasiones desviadas, por su sordo egoísmo, por su "cultura" de la familia burrón o por su extremo subjetivismo y narcisismo individual, es decir, por hombres que padecen una anemia crónica en la materia de  educación. 


Durango
14 de septiembre de 2011 






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