jueves, 6 de septiembre de 2012

El Clasicismo Contemporáneo por Alberto Espinosa Orozco





 I
 Rasgo de la edad contemporánea nuestra es su formalismo. Regresión a las formas estéticas del clasicismo, que en su amor por la forma de las apariencias sensibles es propenso a quedar por ello prendado de la forma externa de las cosas, que en sus volúmenes ni emiten ni pueden irradiar la luz interna propia de la vida. Por un lado, el formalismo contemporáneo se condena a quedar confinado en la febril cristalería de los hechos, que reflejan en su superficialidad al yo, como el río detenido por el mudo hielo convertido en espejo del vacío abismado, donde el bizarro rostro de Narciso palidece y congela su sonrisa al descubrirse enamorado de si mismo. Por el otro lado, caída de bruces en la mundanidad, en cuyo tobogán desfila la proyección sentimental del yo en un sin fin de múltiples estatuas fantasmales, sin poderse asir a ninguna de ellas, rompiéndose en los fragmentos del instante, roído y corroído por el pasar vertiginoso del tiempo, quedando finalmente evaporado y a merced del viento que en remolino lo eleva y lo disgrega entre la fugaz polvareda de las sensaciones y la arenisca vacilantes de los hechos huecos.

 II
 La petrificación del yo propia del arte clásico, que encuentra su mejor expresión en la escultura, en la forma detenida en el especio que tiene como máxima unidad cronológica al instante, compensa el temblor propio causado por el vacío interior y la consecuente erosión y fisura de la propia imagen, arrojándose entonces el sujeto por entero, por razón de su ligereza en el espacio creada por cercenación de esa raíz que es la memoria (individual y colectiva) , arrojándose, decía, a las aguas fluctuantes de la exterioridad, encontrando su imantación y anclaje relativo en el circulo periférico más exterior y extremoso de la persona: en el río naufragado de los cuerpos, cuya nota sentimental sobresaliente no es otra que el sentimiento de zozobra. Porque es carácter de la edad contemporánea el ser una vida sin interioridad, sin pensamientos cardinales, ni pasiones profundas, ni sentimientos sinceros, donde se ha borrado literalmente el centro o eje ordenador del espíritu, siendo por ello una vida por completo carente de gravedad, de solemnidad, de jerarquía incluso, extraviada en la dispersión de las cosas volátiles y sin trascendencia alguna –que va del fondo de la laguna con sus aguas estancadas y putrefactas, oscilando del bochorno de la bestia echada del verano al viento paralítico del cierzo invernal -sitio de vendavales y tormentas donde las crudas habladurías pulimentan la falsía artificial de sus diamantes, y en cuya originalidad en masa y unánime discrepancia se encuentra el chocar vulgar, común y corriente, de su opaca pedrería.

 III
 La interioridad infinita, carácter del arte romántico, queda así obliterada, presa en el antro de fieras del inconsciente y por completo sin desarrollar. El espíritu, la interioridad absoluta, polo de imantación que da su gravedad al tiempo y a su significado, es entonces falseado innoblemente en su verdad histórica y simbólica al ser impunemente sustituido por el formalismo inane de nuestro tiempo, tomando comúnmente la forma frívolas del vanguardismo. Su divisa, así, no puede ser otra que  la prioridad absoluta del significante, carente por completo de contenido; arte abstracto o "conceptual" (puramente meta-lingüístico) que sólo puede repetir cacofónicamente su propia forma, a la manera del monótono vaivén maquinal de la marea o del rumor que en eco rebota preso y ya sin voz reverberando entre la rocosa mudez de los cañones.

7-9-2012




No hay comentarios:

Publicar un comentario