jueves, 17 de octubre de 2013

La Religión Laica: el Culto a la Desgracia Por Alberto Espinosa


  “La culpa que no se sabe culpa fue nuestra culpa mayor.”
Octavio Paz


   La maldita desgracia de nuestro tiempo, de un tiempo trágico, estriba, en el fondo del fondo de la crisis contemporánea, en que los viejos valores no han logrado renovarse, volviéndose imposible recrearlos por los órganos correspondientes de la cultura; mientras que los llamados a tomarles el relevo real en el tiempo carecen de la una gravedad espiritual efectiva y de toda trascendencia –surgiendo por todas partes una serie de creaciones y de productos de la cultura mutilados, o que alteran o adulteran las notas constitutivas de los sectores de la cultura, alterando de tal manera su misma esencia (la filosofía existencial; el verso libre; la libertad irresponsable; la religión laica del socialismo, etc., etc., etc.), revelando con ello una pérdida decidida de conciencia y de energía positiva (principio entropía), volviendo nuestro tiempo exageradamente confuso e incluso extremadamente degenerado.
   Degeneración de la utopía también (entropía de la utopía), que ya sin horizontes efectivos se refugia en la razón dogmatica, intentando avalar con ella el totalitarismo del estado internacional donde, so pretexto de una moral más atrevida, se reúnen el libertino con el vividor, el anarquista y la burócrata, trabando alegremente relaciones literalmente delictuosas, y todo ello bajo la consigna contestataria según la cual: “El rebelde no puede mentir” –ocultando con ello no sólo los hechos, sino el mismo sentido de la realidad, porque el rebelde, a fin de cuentas, también es el esclavo (agasajado, aplaudido y todo, pero esclavo). Justicia fingida, evidentemente, que en su simulacro plagado de incoherencias y en su iniquidad pagada de sí misma hace de la supuesta solución el peor de todos los problemas.
   Consecuencia: caer de la gracia de Dios, perder su visto bueno, por el terrible peso de los yerros del hombre. Ser mal visto por los ojos de Dios y, por tanto, estar maldito por Dios, alejados de Dios, caer de su Gracia, es algo que los rebeldes, que los malhechores, se niegan por completo a entender, prefiriendo en cambio rechazar la idea de Dios, aunque con ello se nieguen paralelamente a aceptar el verdadero camino de la vida. Porque  el rechazo, por principio dogmático, estructural, de sus caminos no es en el fondo sino la expresión de un oculto temor –el oculto temor del desesperado, de quien ha perdido ya toda esperanza y así, pues, se infecta de odio a la vida, a la justicia y a la verdad, y por tanto se vuelve también un desgraciado y con ello se condena.
    Lo que entonces queda entre las manos es sólo un residuo, un sustrato, apenas una pose de los antiguos valores que no logran ser vivificados, convirtiéndose muchas veces, ya no digamos en meros hábitos o en costumbres muertas, sino en sus contrarios, introduciendo con ello en el sistema del saber (la enciclopedia) una nueva jerarquía axiológica, muy fechada, muy vanguardista y novedosa, muy atada a una cultura histórica e inmanentista carente en absoluto de universalidad, que soterradamente pacta también con la magia y las místicas inferiores (negadoras de los valores eternos y del ideal), dando con ello foro temporal y escenografía concreta a la terrible trasmutación de todos los valores de la que hablaba Nietzsche. Trasmutación, por otra parte, que bien puede ser vista como la ruptura con la tradición, pero ¿no es precisamente la carencia de una tradición lo que define la barbarie, lo que hace que el bárbaro no pueda entender la "verdadera lengua", lo que lo hace un incircunciso del corazón y del espíritu?








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